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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Del Mundial y sus sandeces

04 de julio de 2014

Ha concluido la participación de nuestro país en la cita deportiva que convoca a las selecciones de fútbol de los dos hemisferios, que previamente ganaron sus pertinentes eliminatorias de grupo, en 5 continentes. Los resultados en referencia al accionar de nuestro combinado nacional no han sido seguramente los que muchos compatriotas esperaban. Y por todo ello han surgido las voces admonitoras y altisonantes de condena para algunos de los seleccionados, su entrenador, y aun mañosas especulaciones de quienes se autoproclaman Catón, juzgadores de la actividad deportiva, especialmente del balompié ecuatoriano, sin tener las capacidades intelectuales y morales del legislador de la antigua Roma que menciono. Reprimendas alevosas, expresadas en la radio y la TV por los censores de turno, desde el momento mismo de la eliminación de la selección tricolor.

Las invocaciones esgrimidas, que a veces rayan en niveles de idiocia, establecidas en contra de los jugadores de nuestro equipo, ameritan -creo yo- un análisis serio de verdaderos expertos del mundo fascinante, pero a veces desconocido, de la actividad deportiva con los cuatro estamentos sustanciales: futbolistas, técnicos, dirigentes y afición. Y es que, a partir del abandono de los conceptos básicos del deporte heredados de la añosa civilización griega: ”más alto, más fuerte, más veloz y más ético, las competencias deportivas, con la influencia de los intereses económicos y geopolíticos de transnacionales auspiciantes de estos eventos y de la mediocracia, tienen un cariz muy diferente a los altos postulados de esa noble interacción humana. El Mundial de Brasil no es la excepción.

Como antítesis irónica de la intervención futbolística de la selección ecuatoriana, tan vilipendiada, por unos pocos, es relevante señalar que en cualquier competición deportiva no está en subasta el honor de las naciones, y por tanto debe ubicársela en el contexto propio de una justa, donde se triunfa o no. Las raíces cardinales de la vida tienen otros dramas, más allá de las lamentaciones por un juego, por ilógicos y desconcertantes que sean los desenlaces. A pocas horas del postrer empate, escuché a un periodista decir en una canal de TV: “Hubiera preferido que el Ecuador ante Francia perdiera 2-0, antes que empatara”. Con esos decires, se asfixia el intelecto, la lógica y adviene la ceguera espiritual que nos acompaña desde la fundación de la República.

La búsqueda de héroes para esta segunda modernidad -los deportistas lo son- no justifica la sandez mediática, pues como decía John le Carré: “Hay que tener temple de héroe para ser una persona decente”.

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