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El Telégrafo

Dejar vivir…

02 de abril de 2013

Los hechos son simples: un chico y una chica adolescentes se besan en una heladería. Al primer beso, ostensible mirada indignada de una mujer relativamente joven, que toma un helado con su familia. Al segundo beso, ataque directo: reclamo en voz alta, gritos, gesticulaciones… Escándalo en la puerta de la heladería. Dos hombres, sensatos, tranquilizan a los implicados con gesto conciliador.

Una de las primeras preguntas que saltan a la mente es si estas personas reaccionan de igual manera cuando (y ha sucedido) un esposo reclama en voz alta de manera ostensible a su esposa en público, o cuando una madre o padre castiga físicamente a un niño pequeño en cualquiera de las calles de la ciudad. ¿Miran con indignación? ¿Se levantan y gritan para cortar de plano la agresión verbal o física? ¿Hay un escándalo cada vez que esto sucede?

Se dice que el gesto de amor de la muchacha y el muchacho es una falta de respeto. Me pregunto: ¿A qué? ¿A quién? ¿No es más falta de respeto ponerse atacar a los gritos a dos personas que se expresan cariño? Ahora supongamos que fueron un poco más allá: que de alguna manera se acariciaron. De igual forma, ¿cuál es el problema? ¿A quién le afecta que lo hagan? Alguien dice: “En la heladería hay niños”… ¿Y? ¿Qué es lo que ven día a día en la tv esos mismos niños? ¿Qué tipo de relación les modelan sus padres?

En este mismo momento, existe una campaña contra la entrega sin receta de la pastilla del día después a las personas que así lo requieran en nuestro país. La sustentación, a cargo del inefable Monseñor Arregui: “No podemos dejar que la juventud sea tratada como una manada de gente instintiva a la que hay que darle seguridad en el manejo de su instinto”. ¿Se dará cuenta de lo que está diciendo, afirmando? Queramos o no, somos seres instintivos, nuestros instintos nos orientan en la vida y en las relaciones, y el instinto del amor es una bendición. Pero, más allá de eso, ¿qué habrá dicho este mismo personaje ante el manejo de los instintos de los protagonistas de los hechos que ocasionaron los escándalos de pedofilia en el seno mismo de la iglesia? ¿Habrá criticado la ‘seguridad’ que se les ha brindado encubriendo ‘el manejo de su instinto’?

Triste cosa es una comunidad donde todavía se penaliza socialmente la expresión de un amor adolescente tan solo por demostrar la pasión propia del ser humano, y se pasan por alto tantas y tantas expresiones de odio y de violencia que vivimos día a día en nuestras calles y en nuestras casas.

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