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El Telégrafo

¡Dejad a los niños que vayan!

04 de abril de 2013

El mundo está lleno de historias locas y dolorosas. Era el año 1212 cuando Esteban, un jovencito francés, dijo haber sido visitado por Jesucristo, que le entregó una carta dirigida al rey de Francia.

En esa misiva, Jesucristo le pedía al rey ayuda económica para una nueva cruzada comandada por aquel niño. Al parecer la sintaxis y la ortografía de Jesucristo eran terribles, y el rey no quiso colaborar.

Pero Esteban, tocado por motivaciones divinas, no desmayó y terminó por congregar a 30.000 niños, convocados por el rumor que se regaba como pólvora.

Los campesinos de Alemania, Suiza y Francia vieron alejarse a sus pequeñitos con el corazón arrugado por el miedo, pero confiados en la protección celestial: Ellos serían los conquistadores de la Tierra Santa.

El punto de encuentro era Marsella. En su viaje, muchos niños murieron de hambre y fiebre; otros de cansancio y por diarreas. A su paso, los miles de niños, que hablaban muchas lenguas bárbaras, eran una amenaza que lo devoraba todo y a los que no se les negaba nada, con tal de que siguieran su camino.

Y llegaron a Marsella. Allí, los niños se maravillaron al ver sobre la arena estrellas de mar. Creyeron que eran señales divinas para enrumbarlos a Tierra Santa. Además, Jesucristo les había dicho que el mar se dividiría en dos, como en el viejo milagro bíblico, para que caminaran por allí hasta Jerusalén.  

Pero el problema era tremendo: nadie estaba preparado para atender tantas bocas y tantos niños agotados. Cada día llegaban más niños hambrientos desde todos los rincones de Europa y, por alguna extraña razón, el mar no se dividía. Al otro lado, los árabes ni sospechaban lo que se tramaba contra ellos, con aquel ejército de pequeños inocentes.

Como al final el mar no se dividió, la iglesia de Marsella pagó a unos comerciantes para que los llevara por mar a Jerusalén. Así que partieron desarmados, aunque llenos de fuerza por una misa en su honor, dispuestos a arrebatar Tierra Santa a los infieles.

Pero quiso la suerte que una tormenta de terror hundiera varios barcos, cerca de Cerdeña. Las naves que no cayeron al fondo del mar fueron interceptadas por piratas árabes. Resultado: los niños fueron capturados y muchos de ellos, vendidos como esclavos sexuales. Así ninguno regresó a casa.

Si alguno, después, llegó a Tierra Santa, seguro que no pudo cumplir sus sueños. Y en cuanto a los miles de niños ahogados, dicen que en las noches frías, la espuma del Mediterráneo es más blanca que de costumbre, porque recuerda los huesecillos de aquellos pequeños inocentes, que llegaron hasta sus abismos marinos.

Juegan Seredenko-Belusov, Moscú, 1972. Acá el peoncito negro logra llegar, a diferencia de las víctimas de la historia...

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