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El Telégrafo

De toros y otras construcciones

30 de noviembre de 2012

No soy aficionado taurino. Y desde esa postura escribo esto. No veo el arte ni la tradición ni la cultura. Veo una práctica arcaica, colonialista, elitista, cruel y terriblemente costosa. Me extraña ese sentido taurino en el que las fiestas de fundación estén marcadas, delimitadas y definidas por la feria “Jesús del Gran Poder”. Una feria que es fundada hace 50 años como reacción conservadora a la vicepresidencia del Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy, según Agustín Cueva. Pero no parece ser razón suficiente para abolirla. Un mandato popular puede serlo, pero ya llegaremos a eso.

Jorge Luis Borges, a quien se le perdona todo por ser Borges, odiaba el fútbol. Pensaba que era un deporte antiestético, esencialmente agresivo, comercial, colonial y resueltamente estúpido. Le desagradaba la idea de supremacía y el hecho de ver a 22 jugadores corriendo detrás de una pelota. Su propio acto de desobediencia civil fue su conferencia sobre la inmortalidad dictada en Buenos Aires el mismo día en que Argentina disputaba la Copa el Mundo en 1978. Estas, sin embargo, no son razones para abolir el fútbol.

Hay una evolución social a partir de la construcción de una idea más pulcra de los límites y alcances de la libertad, de nuestra propia relación con el mundo que trasciende a nuestro antropocentrismo. La aprobación de la Constitución marca una relación estructural de la persona con la naturaleza. Determina nuestra posición frente al medio ambiente.

En definitiva, reconocimos que la naturaleza tiene más derechos de los cuales estamos dispuestos a concederle. Esa debió ser la primera pauta para buscar la abolición de las corridas de toros (como la pauta para abolir otro sinnúmero de prácticas que van en contra de este derecho).

La segunda pauta debió ser la consulta popular, que reafirmó esa posición. Posición que no tenía la necesidad de ser consultada si nos amparamos en el derecho constitucional. Y, sin embargo, volvió a prevalecer esa postura. Y aquellos que gritan por los derechos coartados, por las libertades reprimidas, deben recordar que estos derechos y estas libertades no pueden ir en desmedro de otro sujeto del derecho.

La suspensión de la feria “Jesús del Gran Poder” es un acto simbólico. Es desafiar a una estructura y una cosmovisión limitante y casi inconmovible. Es creer en una construcción social que trasciende las estructuras de poder. Si esto es posible, el resto tiene esperanza.

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