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El Telégrafo

De lo ancestral colectivo

13 de julio de 2013

Las sociedades ancestrales andinas son gregarias, tienen un pensamiento colectivo, “en donde todo tiene que ver con todo”. Son solidarias, fraternas, buscan el equilibrio con la naturaleza. Consideran al tiempo como circular y contemplan al pasado como que se hallara adelante mientras el futuro viene desde atrás, que es hacia donde caminamos, pero de espaldas. Queda mucho por conocer en Occidente sobre las características rituales y la cosmovisión de estas culturas ancestrales andinas, cuya riqueza se ha mantenido, a pesar de la explotación y subyugación ejercida por el poder y la cultura europeos durante cinco siglos.

Catherine Walsh (en “Estudios culturales latinoamericanos”) cree que la “visión holística” es la condición básica del “buen vivir”, “que ha orientado las cosmovisiones, filosofía y prácticas de vida de los pueblos de Abya Yala y de los hijos de la diáspora africana durante siglos”. Dice que “son justamente estos pueblos, excluidos por el Estado, los que proponen el cambio intercultural y plurinacional del Buen Vivir o Sumak Kawsay, al reconocer y promover (…) un sistema de vida -que incluye la espiritualidad y todo lo vinculado con la madre tierra- (…rompiendo) radicalmente con el marco filosófico-político que orienta el Estado y la sociedad neoliberal”.

Del planteamiento ancestral del “nosotros” solidario del Sumak Kawsay, debe tomarse la subjetividad individual del “alma”, la grupal de la “cultura” y la “espiritual” de la sociedad general. La operacionalización de la satisfacción de las necesidades humanas subjetivas es un proceso difícil; tener en cuenta la tranquilidad como calidad de vida, por ejemplo, que lleva a la emoción pasajera de la felicidad, es importante. Un niño de las favelas de Río, una barriada de Lima o un suburbio de Guayaquil, que se siente feliz porque su equipo de fútbol se coronó campeón, puede sin embargo tener una “calidad de vida” deficiente por la limitación en la satisfacción de sus necesidades objetivas del alimento, la vida familiar con la vivienda, la falta de medios, para no mencionar las deficiencias de servicios de responsabilidad del Estado.

El reto es “validar” la satisfacción de las necesidades, afrontando las restricciones de la ciencia “oficial”, y proponer una ciencia propia que entienda mejor la migración, la identidad, la segregación por etnia, género, generación, la libertad, la protección familiar frente a la inseguridad, las condiciones de la creación artística, el espacio del ocio y la recreación.

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