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El Telégrafo

De libertades y otros entuertos

03 de julio de 2013

A propósito de la Ley Orgánica de Comunicación, se percibe con asombro cómo muchos generadores  de “opinión pública” se rasgan las vestiduras ante este tema de ribetes polémicos. Se tiene la impresión de que nada hubiera sucedido a lo largo de nuestra maltrecha democracia respecto del uso y abuso de los medios de comunicación.

Hay que aseverar sin dilatorias que en el contexto mediático se imponen marcados intereses corporativos y de grupos de poder. Esa ha sido la realidad imperante en el tránsito de la historia. Y, con ello, la “búsqueda de la verdad” ha estado circunscrita según una percepción utilitaria de tales medios de orígenes privados.

Ahora se interpreta de forma antojadiza que con una norma legal se quebrantarían las libertades ciudadanas. Algo tan discutible como la agenda diaria que se impone desde la prensa mercantilista. O algo aún peor, que con la mentada ley se generarían las condiciones propicias para que cunda el miedo a emitir criterios y a alzar la voz en la convivencia comunitaria.

Nada tan equivocado como eso; basta monitorear los espacios matutinos de radio y televisión para confirmar la permisiva actitud mediática respecto de la apertura a la oposición política, cuyo discurso raya en más de una ocasión en la diatriba y la acusación infundada. O las páginas editoriales en donde se acoge y recoge la opinión múltiple de pensadores y críticos, quienes desde la prensa escrita mantienen irónicamente un libreto homogéneo y lineal, guardando, desde luego, las excepciones de rigor.

En cavilaciones relativas al asunto, cabría preguntarse quiénes están detrás de los medios en condición de propietarios, qué afanes persiguen como monopolios comunicacionales, cuáles son las tendencias ideológicas expuestas, qué entienden por tarea periodística. Y la interrogante cardinal: ¿existen medios independientes? Agregaría algo elemental: independientes de qué o de quién. Aquí propongo una digresión: desde que nacemos las personas nos encarrilamos según gustos, antojos, hábitos, alegrías, pesares, ideas y conductas, cuyos influjos externos nos permiten construir identidades propias en el devenir de la vida.  

Mucho se dice y se habla de libertades. De tiranía e intolerancia. De silencios y mordazas. De dictadura y propaganda oficial. Ante ello, delibero, si acaso eso -el disenso, el cuestionamiento, la discusión verbal-  se produce tan solo en regímenes democráticos que abren el espectro y las opciones a los que no tienen trama propia, a los que fueron relegados por los enfoques periodísticos omnipotentes, funcionales a la argamasa del sistema, quienes coquetean con el statu quo del gran capital.

Antes que atemorizarnos por un corpus jurídico, deberíamos elevar a la discusión nacional el verdadero rol que cumple el periodismo en la sociedad, más allá de las frases trilladas, o de las bravatas estériles, a la par que efectuar un constante diagnóstico de la calidad profesional y del empleo ético en el manejo del lenguaje comunicacional.

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