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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

De la abundancia del corazón habla la boca

24 de diciembre de 2014

O al menos, se supone. En Navidad la gente suele olvidar rencores y mezquindades. O al menos eso es lo de desear. Sin embargo, en las redes sociales y en todas partes se continúa siendo los mismos de siempre, para qué engañarse.

La persona cuyo supuesto nacimiento se celebra en estos días dice, en una de las páginas del libro sagrado: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Y si nos ponemos a ver, el planeta está repleto de gente que solamente habla de supuestos negociados, de podredumbre, de que quién sabe qué, cómo habrán hecho para… Siempre parten de la sospecha, de la duda, y por supuesto, si sacan las narices de la vida ajena solamente es para estornudar improperios. También hay otros más refinados, que ponen el ejemplo y señalan la bondad de algo con la proterva intención de que se vea la maldad del otro lado. Entonces, aparentemente su alma está limpia, pero se gozan en señalar cuán sucia está la de los demás.

Es en el juego de la política en donde más se notan estas características de la condición humana, aunque no exclusivamente. Tal vez por eso se termina pensando que, tarde o temprano, quien se mete en esta área no tiene más remedio que comenzar a utilizar las mismas armas que sus contendores, a saber: insidia, entrometimiento, investigación espuria, uso perverso del lenguaje, difusión de verdades a medias y otras perlas que exacerban en la gente iguales o peores actitudes.

Nos falta sentido ético, nos falta inocencia, nos falta humildad para dejar de mirar las pajas en los ojos ajenos y comenzar a despojarnos de las vigas que ensombrecen nuestra mirada. Si bien las tareas de fiscalización pueden ser plausibles y hasta loables en ciertas instancias, convertirse en cazadores de posibles actos de corrupción a mansalva solamente por sembrar cizaña ya no es una actitud loable, no es ni siquiera una actitud ética: es una actitud mezquina que colinda peligrosamente con la miseria espiritual.

“Vive y deja vivir”, reza un sabio lema. Porque transcurrir la existencia pensando en qué hacemos para que al ‘enemigo’ se le pille en algún acto inmoral, pasarnos los días espulgando la improbable miseria ajena y auscultando con mal disimulada mala voluntad cuánta basura yace en el fondo de las almas de los otros no es ni de lejos la manera más sana de vivir. Y tal vez a eso se refiere esa bella y esperanzadora línea del coro de los ángeles cuando cantan: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”, que -lamentablemente- parecen ser cada vez menos.

Nos falta sentido ético, nos falta inocencia, nos falta humildad para dejar de mirar las pajas en los ojos ajenos y comenzar a despojarnos de las vigas que ensombrecen nuestra mirada.

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