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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Cuba y Venezuela tras el deshielo

20 de enero de 2015

A pesar de la consuetudinaria cercanía demostrada en la última cumbre de la Alba en diciembre, el deshielo entre Cuba y Estados Unidos, oficializado apenas 3 días después de la reunión entre los líderes bolivarianos, plantea una reconfiguración de la relación entre Cuba y Venezuela. ¿Sabía la dirigencia venezolana de las conversaciones que la isla caribeña mantenía con sus enemigos históricos? La cuestión no es puramente trivial, porque más allá del mantenimiento de la solidaridad recíproca, este elemento agregaría desconfianza a un escenario geopolítico en mutación.

Paradójicamente, el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, preludio de una eventual cesación del embargo, llega en un momento de particular tensión entre Caracas y Washington. Las presiones para la liberación de Leopoldo López se han concretado en el aval de Obama a las sanciones emitidas por el Congreso estadounidense en contra de los funcionarios venezolanos que habrían incurrido en violaciones de los derechos humanos en las protestas de 2014. Este hecho, ocurrido un día después de la declaración del deshielo, desmiente la tesis de que el acuerdo entre Cuba y Estados Unidos sería acompañado por un intento de juntar a Venezuela en el paquete.

Más bien parece que Cuba se esté moviendo por cuenta propia, respondiendo a dos objetivos, uno de largo plazo, otro coyuntural. Del primero ha escrito hace algunos días el expresidente chileno Ricardo Lagos desde las páginas de El País, asegurando que el Gobierno de La Habana y su diplomacia se han convencido desde hace tiempo de la necesidad de renovar enteramente las relaciones con EE.UU. La aceleración del proceso, sin embargo, parece responder a la impelente necesidad de encontrar una nueva fuente de ingresos.

En efecto, Cuba ha sobrevivido en los últimos años gracias al petróleo que obtiene a cambio de asistencia técnica de Venezuela, lo cual no solamente le ha permitido ahorrar cuantiosas cantidades en las cuentas energéticas, sino que le ha generado hartas entradas, gracias a la reventa del petróleo. Pero la caída de los precios del crudo ha puesto en aprietos a las finanzas cubanas, ulteriormente amenazadas por la posibilidad de un recorte de la cantidad suministrada. Dicho escenario sería conjurado por las remesas de los cubanos exiliados, favorecidas ahora por el aumento del monto máximo transferible por trimestre de 500 a 2.000 dólares, y por el turismo estadounidense, facilitado a través de las nuevas medidas.    

Se pueden inferir dos conclusiones de estos desarrollos. El primero es un inevitable debilitamiento del eje La Habana-Caracas -tanto más agudo cuanto más secretamente habrá operado Cuba- y la profundización de la crisis de la Alba, la cual no ha arrojado resultados muy tangibles en los últimos años, más allá de la concertación de posiciones comunes en política exterior. El segundo es que la dependencia de un solo recurso y su irresponsable administración, así como la dependencia de un único partner económico, son errores que en política se pagan caro. La lección vale tanto para Cuba como para Venezuela, cuyo Presidente acaba de concluir una gira internacional para conseguir una improbable alza de los precios del crudo.

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