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El Telégrafo

Cuba: revolución es unidad

15 de agosto de 2013

Uno de los problemas más cruciales de toda revolución es su estabilización, para lograr la cual, en todos los casos que conoce la historia, es condición absoluta la unidad. Y esto por el simple hecho de que cualquier revolución, al significar desplazamientos del poder y cambios -por mínimos que sean- enfrenta  fuerzas de larga implantación, que dominan todos los planos de la vida: lo político, económico, social y cultural. Aquí se origina, cabalmente, la fractura de la unidad.

Bolívar, en su lecho de moribundo, expresó: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se haga la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”Siempre fue así. Tanto que durante la Revolución Francesa, 1789, se creó la horrenda figura de que la revolución devora a sus hijos. Y es que entonces, entre las llamaradas de la gigantesca conmoción que ella significó en todos los órdenes, unos u otros líderes se empujaron a la guillotina. La diversidad ideológica, política y religiosa; la diferencia de individualidades, aspiraciones y ambiciones, conspiró contra la unidad necesaria para la consolidación del triunfo. En similares procesos históricos, por esas brechas o hendijas se infiltra y abre paso la contrarrevolución.

Cuba lo sabe bien y de allí la insistencia del presidente Raúl Castro en la necesidad de mantener la unidad del pueblo cubano para defender su revolución y hacerla caminar, tanto en el plano interno como en el inmenso proyecto de unificar a los pueblos latinoamericanos y del Caribe para enfrentar los desafíos del imperio.

A propósito, en los albores de la Revolución Cubana un fenómeno de nefasta incidencia la puso en peligro: el sectarismo, denunciado y combatido valerosamente por Fidel Castro. Entonces se trató de que un grupo de viejos dirigentes comunistas, con Aníbal Escalante a la cabeza, desplegó múltiples maniobras para ganar poder dentro del poder. Finalmente triunfó la unidad y avanzó la revolución.

En este 26 de julio, en el 60 aniversario del Moncada, hemos visto flamear en manos del pueblo una consigna: “Revolución es unidad”. Y hemos recordado la lucha tenaz del Libertador Simón Bolívar por mantener la unidad de los patriotas, de acuerdo a su visión expresada en la Carta de Jamaica, el 6 de septiembre de 1815, que fue su más importante documento político. Allí expresa:… “lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre, es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.

Su convicción fue tan rotunda que la reafirmó en su lecho de moribundo, cuando declaró: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se haga la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Esto deberían recordarlo  esos llamados revolucionarios que aquí en  Ecuador y dondequiera, para oponerse a los cambios que no lideran, utilizan la verborrea y esgrimen supuestos purismos ideológicos tras distintas caretas, que ocultan un solo denominador común:  traición. Traición a la patria, a nuestra América, a la humanidad.

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