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El Telégrafo

Cuba, Hemingway y la persecución del FBI

05 de julio de 2013

Los compromisos que se establecen entre los hombres y las naciones puede que tengan una significación espectral, aunque la vida sea un misterio y el futuro autoprogramado por los seres humanos no se correspondan con su circunstancia histórica o social. Ernest Henmingway, el  gran escritor norteamericano puede ser un ejemplo de lo que afirmo, periodista inteligente y valiente amigo de la justicia, hechos que se hicieron patentes en sus libros y en su existencia sustancial, apoyando a la causa  republicana y repudiando al fascismo que amenazaba devorar a todo el orbe  en las décadas de los treinta y cuarenta de la pasada centuria.

Seguramente su existencia vital y comprometida, y hasta sus desenfrenos, y siendo -como pocos novelistas- vinculado a su tiempo, le permitieron traspasar los grandes ejes temáticos y los argumentos de su prolífica obra, mostrando jirones de su propia sustantividad, tanto en el amor, como en  la guerra,  que con certeza superaban la pertinaz fantasía literaria. Empero, existieron afectos indestructibles y mutuos de él con Cuba,  cuyos testimonios son  inconmensurables: la medalla del premio Nobel de Literatura, obtenido en 1954, fue entregada al santuario de la Virgen del Cobre, la célebre finca Vigía, donde se escribió “El viejo y el mar”, y otros bienes, los donó a la isla.

En la actualidad son museos y marinas conservados por el conglomerado social cubano con admiración y respeto, a diferencia con su patria anglosajona. Y a pesar de ser un estadounidense fiel, fue investigado por el FBI. El expediente de su persona, desclasificado en los años setenta, reveló que diez años después de su deceso todavía estaba abierto e incorporando información sobre sus actividades durante la epopeya libertaria de Sierra Maestra, sobre su amigo Matthews, del New York Times, que entrevistó a Fidel en medio de la lucha guerrillera. Ernest Hemingway estuvo ligado férreamente a la mayor de las Antillas desde 1928 hasta 1936, cuando  partió a España  como corresponsal para cubrir el conflicto armado.

En esta primera estancia cubana fue donde, según algunos de sus biógrafos, saboreó hasta la “desmesura” de los placeres de la fabulosa Habana, y conoció y se enamoró apasionadamente de Jane Mason, una de sus musas, que retrató magistralmente en el cuento “Las nieves del Kilimanjaro”, llevado al cine con la impecable actuación de Ava Gardner. En 1938 regresa a La Habana y, en el hotel Ambos Mundos, de la calle Obispo -que funciona hasta ahora-, escribe su novela más conocida, “Por quién doblan las campanas”, adaptada al cine con éxito clamoroso. Ernest abandonó definitivamente Cuba en 1960, presionado por el embajador de su país, Phil Bonsal. Valerie Damby Smith, testigo de la entrevista entre el diplomático y el escritor, testimonió la presión ejercida por Bonsal para que Hemingway realizara  una declaración contra el gobierno revolucionario, a lo que  se negó firmemente. Fue el principio de las exigencias, pues le indicó que debería abandonar Cuba, so pena de declararlo traidor, ya que el Gobierno de  EE.UU. rompía relaciones diplomáticas. Y accedió.

Su muerte, quizá, no tuvo  la grandeza de su genio o del temple de los personajes de sus libros, y mostró, tal vez, la faz más negativa de su personalidad, pero también señala la responsabilidad no purgada de quienes lo persiguieron sin motivo alguno. He leído a mi regreso de viaje que se ha producido un concurso para buscar a alguien que físicamente se le parezca. Y a pesar de lo pueril del certamen de  marras, debo establecer que nadie puede asemejarse a “Papa”.

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