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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Reflexión dominical

¿Cuánto duele y pesa hacer una revolución?

Reflexión dominical
12 de julio de 2015

Las revoluciones -en su acepción más ortodoxa- revuelven todo, trastocan lo establecido y fundan (o por lo menos intentan) un nuevo mundo, otras reglas y sobrepasan al pasado para imaginar un futuro muy cargado de las injusticias del presente.

Porque como dice William Ospina en su último libro: “una revolución no puede reconocerse en ningún pasado: su fuerza deriva de negar la tradición y de combatir la memoria”.

Y todo esto es tan complejo porque además, como el ensayista y novelista colombiano explica más adelante: “cada quien trabaja con la arcilla que le ofrece su época”.

Tras la visita del papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay surgen algunas reflexiones sobre la (im)posibilidad de una profunda transformación.

Y, sobre todo, el enorme peso y costo que conlleva cambiar a una sociedad, a una Iglesia y a una cultura asentada (y reafirmada) todos los días sobre principios, doctrinas y dogmas aparentemente apuntalados en la justicia, la equidad, la distribución y la subsidiaridad, pero en la práctica son el revés de un espejo.

Entonces saltan las dudas para entender por qué se ha hecho difícil construir esa sociedad pensada desde la izquierda, como la imagina Francisco y la sueñan todavía muchos idealistas. ¿De qué modo se está expresando aquello de que lo nuevo se resiste a nacer y lo viejo a morir?

Por lo visto en las últimas semanas, hay un sector grande del empresariado opuesto radicalmente a una revolución bajo los valores antes mencionados.

Su defensa robusta (con alcaldes, prefectos y prensa de su lado) de la tradición, familia y propiedad privada no refleja ninguna voluntad hacia la construcción colectiva de una sociedad equitativa.

¿Hay en alguna parte del país empresarios de izquierda con vocación de cambio revolucionario? ¿Hay indígenas, trabajadores y campesinos de derecha de tal modo que sean ellos los voceros de un modelo y sistema tradicional para que todo siga igual?

Desde 2013 crecía la percepción (y como tal contiene todas las interpretaciones) de que cierto sector social y económico de derechas estaba cómodo con la Revolución Ciudadana.

Incluso, al interior del Gobierno había una corriente muy cómoda con esa situación. Todo iba bien hasta que llegaron las propuestas de ley a la herencia y a la plusvalía.

¿Por eso cayó como un rayo la frase de Rafael Correa en un momento crítico: “Los empresarios me están chantajeando”?

Y ahora son ellos quienes expresan (solapadamente o financiando ciertas marchas) “Fuera Correa” y brilla la evidencia de que no hay cómo tocar sus riquezas ni sus patrimonios.

Ellos no pueden ni deben entender al Presidente de la República como uno de sus alfiles en el enriquecimiento ni en la acumulación infinita.

De hecho, en una perspectiva histórica habría que valorar a Rafael Correa no como un producto de sí mismo, como lo quieren mostrar los medios y los ‘superanalistas’.

¿Es ‘producto’ de una época que no acaba de morir y de unas izquierdas y derechas que buscaban afanosamente al líder mesiánico que viniera a poner orden en ese caos llamado ‘larga y triste noche neoliberal’ sostenido por la partidocracia?

¿Y cuando puso orden, a su modo y personalidad, ya no les gustó y ahora buscan otro? ¿Quizá quieren un Frankenstein ensamblado con las partes de Guillermo Lasso, Jaime Nebot, Mauricio Rodas, Paúl Carrasco, Blasco Peñaherrera, Andrés Páez, Enrique Ayala Mora y Alberto Acosta?

Por último, si queremos encontrar culpas y culpables en estos momentos (muy papistas y cristianos) para entender por qué no hemos revolucionado nuestra sociedad, no endilguemos a Correa sino a nuestras propias incapacidades para entender qué sociedad queremos construir colectivamente. Siempre es más cómodo culpar a otro por nuestras falencias.

Hacer una revolución en Ecuador tiene un costo enorme y unas consecuencias que nunca perdonan las élites.

El ejemplo mayor lo tenemos en Eloy Alfaro, y ya sabemos cuántas décadas pasaron para que mucho de lo que soñó se haga realidad.

Como lo pudo comprobar el papa Francisco (si mira la diferencia de ciertos comportamientos políticos y sociales en Ecuador, Bolivia y Paraguay), en nuestro país hay unas élites políticas, económicas, religiosas y sociales muy aferradas a su estatus, y no lo van a perder ni ceder con facilidad, por más cristianismo, generosidad o filantropía que afirmen profesar.

Por supuesto, también será muy difícil hacer una revolución democrática, pacífica y cultural con unas izquierdas muy cómodas en juzgar moralmente toda iniciativa o posibilidad de cambiar en algo a este país.

Mucho más cuando ponen por delante ciertos dogmas, idealismos añejos y una supuesta pureza ideológica con la cual ni siquiera han logrado acumular fuerzas para desatar transformaciones reales en sus sectores.

Y también será muy difícil hacer una transformación de fondo cuando hay una ‘cultura mainstream’ (parafraseando el título del libro de Frédéric Martel) que explica el comportamiento de esas derechas e izquierdas locales. (O)

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