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El Telégrafo

Cuando el miedo cambia de bando

31 de octubre de 2013

Políticamente es saludable perder el miedo a esbirros e “insolentes recaderos” de la oligarquía, como calificó Jaime Roldós Aguilera a ciertos personajes, en su momento. También es agradable desentrañar la estrategia del avestruz manejada por los medios de comunicación que utilizaron el poder de veto y las condiciones en las que se debería manejar el país, para privilegiar intereses personales y corporativos de las burguesías locales. Fueron tantas veces que nos hicieron creer en la unidireccionalidad como la única posibilidad de llegar a la sociedad de bienestar.

El tiempo –que lo cura todo- ha demostrado que el poder represor no soporta mucho tiempo la confrontación. Por ello miramos hoy de frente el rostro desencajado del sistema capitalista, incompatible con la vida y con las necesidades básicas de los seres humanos, gracias a la crisis económica global, como nos lo explicó Almudena Grandes hace pocos días, que no es otra cosa que una estafa monumental para volver más ricos a los millonarios.

Veámoslo de esta manera: cuando quebró el sistema financiero de Ecuador (1998-1999), la incertidumbre se convirtió en miedo, hasta que alguien desafió al poder y legitimó las voces que clamaban justicia ante el ciclo capitalista de la explotación humana y los recursos que les dejó la crisis, detrás del discurso de la conversión de nuestras calamidades en oportunidades. Era la primera vez que hacíamos conciencia de que no éramos mercancía y estábamos antes que el capital.

Y tuvimos una propuesta confiable para la mayoría descontenta por los años de sometimiento y abuso, menos para las élites que seguían filosofando sobre la crisis como una oportunidad para recortar derechos económicos, democráticos sociales, y laborales, como la rotación en turnos de fin de semana a cambio de dos días de asueto entre semana para evadir el pago de horas extras.

Así que las ventajas generadas en el miedo hoy están de más, porque una cosa es la propiedad de los medios de producción para la explotación y el chantaje, y otra la venta del trabajo a cambio de un sueldo para sobrevivir. 

Ahora sienten miedo quienes aún detentan el poder económico, porque el proceso de cambio estiró la lengua a la mayoría silenciosa que había perdido el derecho al reclamo.

La realidad cambia, ya lo sabemos, pero las revoluciones empiezan por el reconocimiento de derechos y obligaciones, antes de que se quiebre el sistema.

No hay que esperar la gran revolución teórica para entender que la transición al nuevo modelo enfrenta ideas democráticas al golpismo, al desprestigio y estrategias altaneras de desestabilización, que no son sino expresiones de miedo.

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