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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Crónica de un viaje a La Habana

10 de marzo de 2015

La sensación inicial que tuve al arribar a La Habana fue de energía de monte, de verde olivo, de caña brava. De selva y bosque fresco. De frondosa vegetación. De atrayentes palmeras. De sobresalto tropical. De luz dorada -que quema- en el horizonte. De calidez y abrazo fraterno.

Con el mito de la rebelión, la capital cubana, con cerca de tres millones de habitantes, acoge un proceso político peculiar que sobrepasa todo pronóstico, desde aquel victorioso 1 de enero de 1959. En sus calles se irradia la identidad habanera en su máximo esplendor. Tengo la percepción de que a diario se reproducen múltiples maneras de subsistencia desde un alto grado de conciencia social. Algo así como la multiplicación de los panes y de los peces.

La Habana es una ciudad en cuyos adentros no hay silencio. Desde el piélago se develan los caminos de dolor y sacrificio, resultantes de un necesario levantamiento guerrillero que permitió que su pueblo tenga como derecho propio, acceso a la educación, salud, vivienda, vialidad, deporte…, sin embargo, de los obstáculos y los bloqueos impuestos por el imperio del norte.

Leo en gigantes letreros frases como estas: ‘Patria o muerte: venceremos’, ‘Jamás renunciaremos a nuestros principios’, ‘Desde mi barrio defendiendo el socialismo’, ‘La revolución es una hermosa e indestructible realidad’. Precisamente la relevancia de la construcción revolucionaria enaltece a la idiosincrasia cubana en sus intentos valiosos de emancipación. Esto traduce la convicción altiva de un pueblo que sin perder la ternura como profesó el ‘Che’ ha transitado con dignidad y entereza con la intencionalidad de construir el hombre nuevo de una sociedad renovada en valores humanos.

La Habana es ritmo y fiesta. Es la poética que se advierte en el azul infinito de las olas que le pertenecen a una urbe de casonas coloniales detenidas en el umbral de la historia, cuyo patrimonio le incumbe al mundo. Es Coppelia con sus sabrosos helados. Es el mensaje y el accionar profético de Fidel. Es Bodeguita del Medio con sus mojitos prescritos por Ernest Hemingway. Es el apóstol Martí, más allá de sus monumentos. Es la tertulia con amistades latentes y la feria de libros. Es la piel del fuego femenino que nos consume sin misericordia alguna.

Como canta Silvio Rodríguez: “Tú me recuerdas las calles de La Habana Vieja/ la Catedral sumergida en su baño de tejas/ tú me recuerdas las cosas, no sé, las ventanas/ donde los cantores nocturnos cantaban/ amor a La Habana…”.  

En La Habana también se observan complejidades en medio del turismo galopante y de la multitud de visitantes de naciones diversas. Las asimetrías y dificultades requieren respuestas oficiales urgentes. La juventud posee un sentido cuestionador, como corresponde a un verdadero revolucionario(a). Tal vez por eso, Miguel Barnet dice: “Entre tú y yo/ hay un montón de contradicciones/ que se juntan/ para hacer de mí el sobresaltado,/ que se humedece la frente/ y te edifica”.

En La Habana corren vientos ineludibles de esperanza.

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