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El Telégrafo

Crisis en el Vaticano

05 de marzo de 2013

No es la primera vez que la monarquía papal atraviesa apuros históricos. El Gran Cisma de Occidente y el antipapado de Aviñón; la victoria ideológica del Renacimiento sobre la Inquisición; la Reforma protestante; la Paz de Westfalia y el fin de la injerencia del Vaticano en los asuntos de los Estados europeos; el surgimiento de la Ilustración, sus revoluciones políticas y científicas, que conllevaron –entre otros cambios paradigmáticos– el debilitamiento del creacionismo; la lucha Liberal por la secularización del Estado y el Laicismo en la educación; la polémica suscitada en torno al rol del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial; el surgimiento en el seno de la propia iglesia de corrientes emancipadoras, como la Teología de la Liberación; el aparecimiento y la competencia de grupos evangélicos (en particular el pentecostalismo y sus variantes) en África y América Latina; son todos ejemplos de retos existenciales que han puesto a la Santa Sede en aprietos.

Hoy, el Estado más pequeño del mundo enfrenta un nuevo momento de profunda deslegitimación, ocasionado principalmente por la conducta sexual de curas, obispos y hasta cardenales, acusados no solo de violar el celibato sacerdotal, sino de incurrir en acoso, pedofilia y violación. Lejos de tratarse de casos aislados, las denuncias surgidas en EE.UU., Australia, Irlanda, Alemania, Argentina, Chile, México, etc., destaparon una verdadera Caja de Pandora de prácticas sexuales inapropiadas. La pérdida de credibilidad se colmó con el descubrimiento paulatino de que en el Vaticano se estaba al tanto de varios casos, pero que se optó por sofocarlos, aplicando sanciones leves o desplazando a los incriminados a otras diócesis para evitar que las acusaciones salgan a la luz pública; es decir, llevando a cabo desde la alta jerarquía eclesiástica una deliberada política de encubrimiento.

Quizás, más allá de su avanzada edad, éste haya sido un importante motivo para la renuncia sorpresiva del Papa Benedicto XVI el mes pasado. La divulgación de los “Vatileaks” en el 2012 y el posterior libro de Gianluigi Nuzzi, que documenta la existencia de una red de corrupción vaticana fuera de control, complicaron significativamente la gobernabilidad de Ratzinger.

Algunas instituciones extemporáneas despliegan, no obstante, una sorprendente resistencia ante los cambios de época. La estructura, ética y estética patriarcal del Vaticano perdura, sorprendentemente, en un contexto europeo en el cual otras monarquías (aún despojadas de su poder) abundan todavía y sobreviven a cada profecía de su extinción.

Aún así, esta crisis de legitimidad resulta muy compleja para el Vaticano. Aquel mito de que África y América Latina son el futuro asegurado del catolicismo, debido al crecimiento de su población, podría empezar a desmoronarse, no sólo porque en las próximas décadas se estancará aquel incremento demográfico, sino también porque una América Latina cada vez más urbana y moderna podría despojarse progresivamente de su “éxtasis papal” sin perder obligatoriamente una afición religiosa y devota cada vez más personal y menos institucionalizada.

Los europeos, en crisis, podrían recurrir a los símbolos del pasado para enfrentar la incertidumbre del futuro, pero quizás su creciente extrañamiento histórico con la religión ya sea demasiado avanzado para orquestar una reconciliación masiva con el pontificado.

Lo cierto es que aquel hombre que surja del próximo humo blanco tendrá ante él una tarea colosal. Recuperar la confianza en el Obispado de Roma precisará de una agresiva relegitimación política y del despliegue de una aguda estrategia comunicacional, para poder poner a la única Teocracia del mundo a salvo de los vendavales progresistas del siglo XXI.

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