El jueves de la semana pasada leía las declaraciones realizadas por el papa Benedicto XVI. A propósito de la crisis mundial del capitalismo, él expresó: “La situación económica actual es el resultado de una crisis ética y puede ser la ocasión para recuperar los valores fundamentales, a fin de lograr una sociedad más justa, ecuánime y solidaria, en la que se promueva el bien integral de los hombres”. Afirmó también que “la crisis financiera tiene sus raíces en el egoísmo, que lleva al hombre a encerrarse en su propio mundo y a preocuparse solo de satisfacer sus necesidades sin preocuparse de los demás”.
Además, denunció otros males de la sociedad actual: “La especulación financiera, la entrada cada vez más difícil de los jóvenes al mercado laboral, la soledad de muchos ancianos y las miradas muchas veces superficiales sobre las situaciones de marginación y pobreza, son también consecuencias de esa mentalidad egoísta”. Asimismo, abogó porque se refuerce el valor de la solidaridad y aseguró que es una exigencia de caridad y justicia que, en los momentos difíciles, los que tengan mayor disponibilidad ayuden a los que tienen problemas”.
De igual manera, el Papa manifestó: “No puede haber justicia mientras predominen los criterios del provecho propio y el tener o acaparar, ya que así se pisotean los auténticos valores y la dignidad de las personas”. Destacó la importancia de educar a los jóvenes en la justicia y la paz. “La paz no es la mera ausencia de la guerra o el resultado de una acción de los hombres para evitarla”; y señaló que “la verdadera paz es algo que se debe construir todos los días con la ayuda de la compasión, la solidaridad y la fraternidad de cada uno. La paz está profundamente ligada a la justicia”.
Sin poder atrapar esa utopía necesaria, como cristiano estoy convencido de que, desde esta perspectiva, podemos conectar la educación de los niños y jóvenes con la construcción de una serie de valores universales que nos harían caminar hacia esa sociedad que todos anhelamos materializar en el futuro. Enumeremos algunos de ellos: 1) El reconocimiento de los derechos humanos, conjugado con el sentido de los deberes sociales, sobre todo frente a la pobreza; 2) El afán de equidad social y de participación democrática en la toma de decisiones y en la conducción ética de los asuntos públicos; 3) La comprensión y la tolerancia de las diferencias y el pluralismo cultural, requisito indispensable para la cohesión social y la coexistencia pacífica; 4) El espíritu de solidaridad debe estar omnipresente en todos los órdenes de la vida social; y 5) El sentido de las responsabilidades en lo que respecta a la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible, para no hipotecar el patrimonio económico que se transmitirá a las futuras generaciones.
El cambio de época ha llegado para quedarse, así lo confirma el libro del Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo bajo el Sol”.