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El Telégrafo

Crímenes históricos

31 de enero de 2013

La bandera del Ecuador se cubrió de tristes crespones en estos días. Se enlutó por el recuerdo de los grandes muertos de la “Hoguera Bárbara”, con Eloy Alfaro a la cabeza, en los macabros sucesos del 28 de enero de 1912, en Quito, precedidos en Guayaquil por la atroz muerte del jefe montonero, general Pedro J. Montero, asesinado el día 25 durante la farsa judicial montada por los sicarios de Leonidas Plaza Gutiérrez, igualmente responsable mayor de la masacre del 28.

Al duelo nacional por estos crímenes sin nombre se agrega otro que enlutó el alma nacional: el Protocolo de Río de Janeiro, ocurrido exactamente 30 años después de las piras de El Ejido: el 29 de enero de 1942, y que fuera firmado sobre centenares de cadáveres de soldados y civiles caídos durante la invasión peruana de 1941, con la provincia de El Oro ocupada, humillada y destruida, mientras miles de sus pobladores huían por las montañas y las selvas, con ancianos, mujeres y niños a buscar refugio para salvar sus vidas y un mendrugo de pan para escapar del hambre.

Las secuelas de estos crímenes históricos las padecemos hasta hoy. Degollados e incinerados los jefes radicales de la Revolución Liberal, se instaló en el poder una oligarquía compuesta por terratenientes, grandes exportadores y banqueros, que mantuvo a sangre y fuego el yugo feudal y esclavista impuesto desde la Colonia. Firmado el Protocolo de Río, perdidos nuestros derechos amazónicos y medio territorio oriental, caerían luego las rapaces compañías petroleras, y terminaríamos con Mahuad en la tragicomedia de los acuerdos de paz, gracias a los cuales veríamos, por primera vez en la historia de las naciones, que un país que ganó una guerra -la del Cenepa- terminó perdiendo territorio, y en este caso, más territorio que el arrebatado por el militarismo peruano mediante el Protocolo.

Por desgracia, la juventud ecuatoriana de hoy tiene débil memoria. Estos imborrables sucesos afectan poco a sus recuerdos. La cultura importada desde Estados Unidos se encarga de ello. De allí que resulte imprescindible rememorar estos hechos, en los que fueron cómplices grandes medios periodísticos y que tuvieron la bendición de nuestra santa madre Iglesia. Al respecto, la mención no es gratuita: si las altas jerarquías católicas, con el arzobispo González Suárez al mando, dejaron hacer y dejaron pasar a los asesinos de 1912, aprobaron también la invasión peruana del 41.

Basta recordar que el Nuncio Apostólico del Vaticano en Lima, monseñor Fernando Cento, después de recibir grandes homenajes en  Ecuador, bendijo en pública acción de gracias, en la Catedral de Lima, el triunfo de las armas peruanas. En cuanto al papel de los yanquis, bueno es saber que el cónsul norteamericano en Guayaquil, garante de la vida de Alfaro y sus tenientes, se esfumó cuando ellos fueron apresados y conducidos a la muerte, en violación del armisticio suscrito el 22 de enero bajo su garantía y la del cónsul británico, que igualmente desapareció.

En cuanto a la firma del Protocolo, fue descaradamente exigida en la Conferencia Panamericana de Río por la delegación norteamericana. De allí, a causa de estos trágicos sucesos, los crespones que enlutan la bandera ecuatoriana. Por fortuna, ella flota ahora en vientos de dignidad y esperanza.

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