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El Telégrafo

¿Crímenes económicos?

31 de julio de 2013

La actual crisis económica, que en varios países europeos golpea con mucha fuerza, ha desnudado al capitalismo, a su sistema de gobernanza y a los diferentes instrumentos con los que cuenta para dominar el mundo.

Lo sucedido en el pasado y continúa ocurriendo en el mundo capitalista tiene como responsables a personas e instituciones muy concretas. Durante el boom financiero y la posterior crisis en los Estados Unidos del año 2008, que significó pérdida y sufrimiento para millones de personas, hubo grandes beneficiarios. Hay una larga lista de altos ejecutivos de los bancos y de las empresas que salieron robustecidos de esa situación: Lehman Brothers, Goldman Sachs; varias compañías auditoras que garantizaban las cuentas de las empresas. Allí están todos, con rostros invariables después de semejante desastre.

En América Latina se podría responsabilizar a quienes propiciaron el capitalismo salvaje al suscribir las cartas de intención con el FMISin embargo, ante situaciones como la referida, no es posible permanecer solo como críticos del sistema y de la crisis derivada de la aplicación de sus instrumentos. Hay quienes afirman que este tipo de hechos debería ser catalogado, incluso, como “crímenes económicos contra la humanidad”, como en algún momento lo propusieron las economistas españolas Lourdes Benería y Carmen Sarasúa, considerando la gravedad de los daños ocasionados.

Ante una crisis que se repite de manera cíclica y que causa nuevos sufrimientos a una buena parte de la población, no podemos solo mantenernos culpabilizando a los mercados de lo que sucede en el mundo, pues significaría quedarnos dando vueltas en la parte superficial del problema.

En América Latina, por ejemplo, se podría responsabilizar a quienes propiciaron la aplicación del capitalismo salvaje mediante la suscripción de las cartas de intención con el FMI; a quienes firmaron los Tratados Bilaterales de Inversión (TBI), que protegen el capital por sobre los intereses de los Estados; a quienes nos llevaron sin beneficio de inventario a firmar mecanismos de arbitraje internacional, que fueron diseñados con suma habilidad por el propio capital para responder  siempre a la protección de sus intereses.

Estas preocupaciones contemporáneas han sido incluso abordadas por la literatura, como sucedió con la novela de John Le Carré (“El jardinero fiel”), que ilustró los enormes daños provocados por ciertas prácticas del capital y sus empresas (como las transnacionales farmacéuticas), o como en el caso de la película “El capital”, del director grecofrancés Costa Gavras.

La crítica al capitalismo y sus mecanismos injustos debe ir más lejos y convertirse en una denuncia sistemática y bien sustentada, que permita identificar las responsabilidades directas de este tipo de nuevos “crímenes económicos” que pueden quedar olvidados bajo el polvo de la impunidad.

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