Tras la quema del monigote queda el fuego. Como el agua, es un elemento que nos remite a rituales antiquísimos para conjurar al futuro. Bajo el signo del fuego se cierra un ciclo y renacemos. Ese es el sentido agrario del año que termina, desde los celtas a las diabladas de Píllaro.
Entonces, es imprescindible volver a lo que creemos. A reafirmarnos para pensar que el tiempo -o como contamos el tiempo- es una arbitrariedad. Hay que volver a los credos personales, que son una declaración de principios.
¿En qué creer? Acaso en la posibilidad de la magia y de los colores, lejos de los dioses despóticos. Aquí un texto del poeta Aquiles Nazoa, llamado “Rezo el Credo”, que puede ser una brújula:
“Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; creo en Charles Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres; creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable; creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales; creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa; creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose como una purísima paloma herida bajo el cielo del Mediterráneo; creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez; creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma; creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer; creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia; creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar; creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora, su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto a sus sienes un resplandor de estrellas; creo en el perro de Ulises, en el gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en Beralfiro el caballo de Rolando, y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero; creo en la amistad como el invento más bello del hombre; creo en los poderes creadores del pueblo; creo en la poesía y en fin creo en mí mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama…”.