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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Coyuntura política y ejercicio democrático

18 de noviembre de 2014

Desde la vorágine contemporánea se pretende seducir a las ideas como ritual generador de opiniones vertidas en la página inicialmente vacía de conceptos, en el amplio sentido de los saberes.

Es la discusión alrededor de los temas que concitan el interés general. Y a su vez el enfoque que determina el autor(a). ¿Qué le atrae al lector(a)? Pues la amalgama multiplicadora de sucesos que devienen en referencia pública. Sin embargo, el ritmo mediático conlleva a una avalancha en las apreciaciones analíticas, con los posibles efectos de una limitada profundización reflexiva. A esto se incluye que las ideas emitidas ayer pierden peso hoy ante la renovación informativa.     

Es la esencia de las libertades que fluyen en el concierto social y que en la actualidad se ponen en entredicho desde la oposición y los medios privados -autocalificados independientes-, para lo cual incluso se increpa la ruptura democrática. Ante lo cual planteo la inmediata interrogante: ¿Nuestra democracia transita por caminos benignos? Pues evidentemente que sí. En nuestro país, la gente se expresa desde los canales constitucionales y legales con el anhelo de alcanzar la convivencia armónica. Sin embargo, hay sectores que intentan quebrantar el Estado de derecho al incumplir con la normativa institucional, específicamente en los gobiernos autónomos descentralizados (GAD), como una manera de resurgir regionalismos obsoletos -en donde se incluyen trasnochados planteamientos separatistas-, desoyendo -además- las directas competencias municipales.

En el plano político se increpa la figura de la reelección, con lo cual queda sentada la marcada debilidad de aquella derecha opositora y de otros grupos acólitos autodenominados de izquierda, en sus afanes por captar el poder. Al contrario, no debería existir desconfianza alguna de sus propias capacidades partidarias y fuerzas clientelares de cara a la contienda del 2017, considerando sus argumentos en los cuales se minimiza la gestión gubernamental en estos cerca de ocho años y, como caja de resonancia, se enfatiza en el deterioro de las citadas libertades humanas. ¿Por qué reniegan de la posible postulación del presidente Rafael Correa a otro período en el Palacio de Carondelet? ¿Sus cálculos electorales aparecen mermados en sus aspiraciones? ¿Las firmas encuestadoras que les acompañan en sus afanes de restablecimiento conservador no arrojan resultados halagadores en torno a la figura del candidato-banquero?

La mejor manera de fortalecer la democracia es que la ciudadanía, a través de las urnas, convalide la legitimidad de sus dignatarios(as). Entonces lo pertinente es que el elector(a) decida en un acto de plena conciencia individual. En esa determinación cívica deben estar latentes las grandes causas populares, que conciben una vida digna a través de mejores niveles de educación, salud, vialidad, justicia, preservación ambiental, servicios básicos, soberanía nacional, etc.

Aquello, como un cometido complementario de una renovada democracia, de características eminentemente progresistas. ¿O es que acaso queremos implantar aquel sistema político de anacrónico sello neoliberal, en cuyas raíces se quebrantan los derechos humanos, tal como sucede en México, en donde se asesina y desaparece a maestros normalistas, ante la mirada perpleja oficial que provoca indignación mundial?

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