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El Telégrafo

Corrupción

06 de febrero de 2014

Meses atrás el presidente Rafael Correa prendió una alarma: “¡Cuidado con el síndrome de nuevo rico!”. Sin duda, dirigiéndose a la administración pública y a las fuerzas que hoy hacen gobierno. La advertencia del máximo líder de la Revolución Ciudadana estuvo motivada, con toda seguridad, en la peligrosa presencia de varios síntomas del viejo mal de la República: la corrupción. Mal que nació con el país mismo, en 1830, cuando se rompió la Gran Colombia mientras el Libertador agonizaba, tomando el poder de la nueva nación el corrupto y sanguinario general venezolano Juan José Flores, unido por lazos matrimoniales a la Casa Jijón, símbolo ecuatoriano del poder gamonalicio, del latifundio feudal y del oscurantismo clerical.

Que aquella prevención la hiciera la venenosa y decrépita partidocracia, no tendría nada de raro, por aquel conocido subterfugio del ladrón que corre gritando ¡prendan al ladrón!, pero que la formule  el Primer Mandatario ya es otra cosa. Significa que hasta el Palacio de Carondelet llega el mal olor de materias descompuestas, síntomas de un mal que hay que diagnosticar con precisión y erradicar con mano de hierro.

El temor a las represalias sella las bocas, especialmente cuando las víctimas y los testigos pertenecen a sectores postergados y excluidos.Y es que frecuentemente se presentan signos de la enfermedad. Un nuevo ejemplo: EL TELÉGRAFO del martes 4 de este mes trae un enorme titular que nos informa: ‘Cinco uniformados capturados por extorsión’, en el que se reseña que un grupo de marinos pertenecientes a la Armada ha cometido fechorías en Guayaquil, amparados en la fuerza de las armas que las paga el pueblo. Y no es el único caso. Nosotros mismos hemos presenciado actos de extorsión a conductores de vehículos un domingo del pasado diciembre, en la vía a Tonsupa, salida de Esmeraldas, por parte de un grupo de policías. En ese tenor hemos oído quejas de otros conductores y taxistas, o de diversos comerciantes del puerto contra los afamados ‘robaburros’, o en Quito contra servidores municipales. Todo esto en lo poco que se ve y dice, pues el temor a las represalias sella las bocas, especialmente cuando las víctimas y los testigos pertenecen a sectores habitualmente postergados y excluidos. Hablando de la capital, hay barrios muy poblados, como el Comité del Pueblo, abandonados a su suerte, azotados por el olvido y la delincuencia, pese a ser bastiones electorales del Buen Vivir.

Volviendo al ‘síndrome de nuevo rico’, es obvio que se ubica en los organismos de elección popular y del Estado, en general. Allí donde se firman contratos, se designan empleados, serpentea el nepotismo, danza el amiguismo y el oportunismo que estuvo siempre con la partidocracia, pero que hábilmente usa camisas revolucionarias. Estas son las fuentes del nefasto síndrome y se muestran de diversos modos: en el frenesí por el carro del año, el piso en barrios exclusivos, la casa vacacional con piscina incluida, las vacaciones en Disney World para los niños, la ropa de pasarela, etc., etc. ¿Qué hacer frente a estos síntomas alarmantes, que por cierto no son ni dominantes ni generalizados, pero que es necesario denunciar y combatir?

Volveremos sobre el tema en próximos artículos. Mientras tanto, que la justicia caiga con fuerza donde deba caer, sin piedad ni compromisos de ninguna clase.

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