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El Telégrafo

Contaminación

24 de agosto de 2013

Todo fluye en el Malecón del Salado, donde también se cumple la sentencia de Heráclito, solo que en esta agua de la vida que nos lleva resulta demasiado visible la espuma de la contaminación. No es la espuma de los días, no, sino una capa compacta y viscosa de detergente e inmundicias que va extendiéndose sobre la superficie.

Por debajo del puente que une el Malecón con Urdesa, la contaminación avanza como un ser monstruoso que crece a medida que fagocita la vida que encuentra a su paso. "El mar es el agua más pura y más corrupta: para los peces es potable y saludable; para los hombres, impotable y mortífera", escribió Heráclito.

Pero aquí el brazo de mar va arrastrando plásticos que luego quedan prendidos en las ramas de los manglares como fantasmas cuando la marea sube o baja. A las personas se las conoce por su basura, y hay míseros detectives que se pasan la vida rebuscando entre los desperdicios, ocio y abundancia solidificados y convertidos en desechos que solo se degradarán tras miles de años. "En los mismos ríos nos bañamos y no nos bañamos, tanto somos como no somos", pensaría el filósofo si pasease por el Malecón.

Porque quizá dentro de unos años tampoco exista un río para bañarnos. "Para las almas es muerte convertirse en agua; para el agua es  muerte convertirse en tierra; pero de la tierra nace el agua y del agua el  alma". Nuestra dejadez resulta también enigmática.

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