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El Telégrafo

Connecticut o por qué limitar la venta de armas

21 de diciembre de 2012

Uno escucha sobre la masacre en Connecticut y, además de estremecerse, siente que hay un grave quebrantamiento social y una deshumanización de sus individuos. Un rompimiento de aquello que nos conecta y nos envuelve como seres humanos. Destroza pensar que 20 de los 27 muertos  fueron niños. Más aún como padre. Deja un vacío, una oscuridad profunda. Lo que parece suceder después de este tipo de tragedias es una división sobre el acceso a portar armas. Debate que recrudece en un país como Estados Unidos donde la influencia que llega a tener el lobby de las armas dentro del Gobierno aterroriza.

Y eso se demuestra a través de la pasividad con la que el presidente Obama ha manejado el tema. Claro, ha salido con sus discursos y sus ruedas de prensa, evidentemente conmovido y exhortando a tomar acciones. Obama ha tenido 5 años y 17 masacres para hacerlo. Nada ha cambiado. No ha cambiado la facilidad con la que se consiguen armas. No ha cambiado la libertad con la que se transportan las armas ni la evidente libertad que hay para utilizarlas. ¿Por qué habrían de cambiar, si la National Rifle Association (NRA), solo en  2012, ha contribuido con más de $ 1 M a candidatos para las elecciones (puesto 300 entre 20.484 contribuidores), ha invertido más
de $ 2M en lobbying y has gastado más de $ 18M en promover políticamente la libertad de portar, comprar y vender armas?

Según la NRA, “las pistolas no matan a personas, las personas matan a personas”, eslogan que cambió tras lo sucedido en Connecticut a “las pistolas no matan a personas, las películas violentas lo hacen”. Y es cierto, son las personas las que matan a otras personas. Lo hacen con o sin pistolas. Pero no existe una herramienta que sea tan efectiva como una pistola. ¿No? Según The Atlantic, en 2008, los asesinatos relacionados con armas de fuego en EE.UU. fueron 9.484, en Japón fueron 11. Incluso proporcional a la población, las cifras son abismales. Si las armas no fueran tan efectivas, los soldados no las portarían.

En Ecuador no somos ajenos a la violencia, y sus manifestaciones son más extensas y menos evidentes, pero lo que nos muestra es una trascendencia de la violencia. En países altamente militarizados, como Israel (donde todo ciudadano que ha hecho el Ejército, es decir todos los ciudadanos, saben usar un arma), la venta de armas es altamente restringida. Prohibir o limitar la compra de armas no va a cambiar las expresiones de violencia en la sociedad. Las hará, en un alto grado, menos letales.

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