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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

¿Con la caída del Muro desapareció el socialismo?

23 de noviembre de 2014

La caída del Muro de Berlín fue conmemorada con  desmedido triunfalismo, ratificando el fin de las utopías sin otra alternativa que el capitalismo, y pregonando la caída del socialismo, sin contextualización alguna. Además con mucha hipocresía por parte de Estados Unidos, Israel, Marruecos, España y otros 20 países que mantienen muros de la vergüenza.

Cierto, la estampida de ciudadanos de Berlín oriental hacia el occidental fue tumultuosa, como  en las cárceles al menor descuido de los guardias. La RDA era territorio ocupado por la Unión Soviética, donde imponía el estalinismo totalitario, en medio de un incipiente proceso de construcción del socialismo.

Conocí las dos caras de la RDA, en el verano de 1953 que pasé en Berlín durante mis primeras vacaciones universitarias. Con la derrota de la Alemania nazi las tres potencias vencedoras y Francia se habían repartido el territorio en zonas de ocupación soviética, estadounidense, inglesa y francesa, y  Berlín había quedado dividido en 4 sectores. Estuve en  Waidmannslust, sector francés, desde donde iba en el S-Bahn a la RDA, un mundo ajeno a la avalancha de propaganda consumista, que en Berlín occidental era sobredimensionada. En el Berlín oriental había acceso casi gratuito a la vida cultural con participación popular, y se podía disfrutar de la belleza arquitectónica sin propagandas intrusivas.

Llegando del occidente, el cambio monetario de 1 marco occidental por 4 marcos orientales, me facilitó aún más  ir a menudo al Berliner Ensemble, a  conciertos, al teatro de crítica social de Bertolt Brecht, comprar libros en español bellamente empastados, visitar galerías, una de ellas mi preferida, donde se exhibía el arte expresionista reivindicativo de Käthe Kollwitz, y todo por peniques.

Además asistía al Ost Europa Institut de la Universidad Libre,  donde consultaba la enciclopedia soviética, para un ensayo académico. Hice amigos colombianos con los que veíamos entonces en ese socialismo, pero con libertad, una alternativa para nuestro país. Infortunadamente, era un socialismo impuesto férreamente por Moscú con soldados rusos omnipresentes. Era la otra cara de la medalla que veía a diario. Una tarde, de regreso a Waidmanslust, distraído leyendo la revista Time, perdí la estación donde debía bajarme y fui a parar a la zona soviética. Un soldado alemán me detuvo y me condujo a un cuartel. Allí me tuvieron de pie esperando a que el amo apareciera para saber qué hacer conmigo. Por fin hacia la media noche llegó el comisario ruso y desafiante me pidió que mostrara lo que llevaba en los bolsillos. Temeroso por las notas que llevaba, saqué primero la revista, que me arrebató. ¡Po anglicky! exclamó y sorpresivamente me estrechó congraciador la mano. Unos jóvenes de la volkspolizei me condujeron al tren y recuperé la libertad. Era obvio que se trataba de un pueblo ocupado, sin soberanía.

Para Trostki, Stalin fue un “tumor maligno adherido a las murallas del Kremlin”. Gorbachov intentó en vano extirparlo con  la perestroika y  la glasnost.  En Berlín fue eliminado con la caída del Muro.     

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