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El Telégrafo

Comprar, botar, comprar

12 de junio de 2013

La eficiencia parece ser la receta mágica del mundo moderno. Se suele definir como la capacidad de conseguir un objetivo determinado con el mínimo de recursos posibles: monetarios, tiempo e insumos empleados. No estamos en contra de buscar la eficiencia, sino de lo que puede estar oculto detrás de ello, porque en algún momento se vuelve un concepto amoral y neutro. Lo más grave es que al llamar “eficiente” a un proceso o a un dispositivo, nos olvidamos de la relación que eso tiene con los seres humanos y con la naturaleza. Por ejemplo, se omite la correspondencia que existe entre la eficiencia y la escala física que tiene todo proceso productivo.

Tim Jackson, en su libro “Prosperidad sin crecimiento” (Icaria Editorial S.A., 2011), explica que la eficiencia impulsa el crecimiento económico o el incremento cuantitativo de la escala física. Al reducir la mano de obra y los recursos, la eficiencia hace disminuir el costo de los bienes. Esto tiene el efecto de estimular la demanda y promover el crecimiento económico. Lejos de reducir el flujo de los bienes, el progreso tecnológico sirve para incrementar la producción.

Las tecnologías que desplazan a las anteriores aparecen sin detenerse. Dicho de otro modo, se aceleran los tiempos de la obsolescencia programada¿Qué implicaciones tiene esto en la vida concreta? Veamos un ejemplo. Cada día los teléfonos celulares son más eficientes, pues nos permiten comunicarnos cada vez mejor. No obstante, una visión integral nos diría que esos aparatos, que se vuelven obsoletos en poco tiempo, causan un problema ecológico serio al momento de ser desechados. A manera de paréntesis, la sociología ve en esa “comunicación virtual” un síntoma de incomunicación en la vida real contemporánea.

Otro ejemplo. Si comparamos el Ford T de principios del siglo XX con un automóvil híbrido japonés del siglo XXI, ¿quién duda que la eficiencia automotriz haya mejorado? Usamos menos materiales y energía en la fabricación de cada auto, pero en el contexto planetario esa eficiencia nos está matando. Cada vez existen más vehículos y ello significa que hay un mayor consumo de energía y materiales globales. Cuando haya tantos vehículos como personas rodando en la Tierra, no nos quedará más remedio que ir a caminar en el mar. Es ahí cuando surge otra pregunta: ¿a quién favorece la eficiencia? En este caso, es clara la respuesta: a los fabricantes de autos.

Estas circunstancias obligan a una mayor rapidez tecnológica. Nos exigen mucho más. Las nuevas tecnologías y productos que desplazan a los anteriores siguen apareciendo sin detenerse. Dicho de otro modo, se aceleran los tiempos de la obsolescencia programada, de los productos de vida corta. Parece que “comprar-tirar-comprar”, como en el famoso documental que circula por el mundo, es el síntoma de la modernidad. De la enfermedad del consumismo en el capitalismo.

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