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El Telégrafo

Compitiendo entre enanos

29 de noviembre de 2013

Es un espectáculo, una suerte de competencia por ver quién no cae en los pantanos de la mala categorización. Las quejas son entendibles. Los vencedores aceptan en silencio sus triunfos, para luego publicitar y acreditar ante el mercado a sus universidades. Los perdedores se quejan, deslegitimizan a la institución, lo esencialmente intrínseco al proceso de evaluación, como acto de protesta ante lo absurdo y politizado, desde sus ojos, de los resultados. Es pura especulación, pero no veo a Carlos Larreátegui indignándose de esa manera tan pública y determinada si su universidad hubiera terminado en categoría A.

Se busca devolver a la U. su calidad investigadora y no restringirla a ser una institución de formación técnica para medio capacitar a la fuerza laboral.La categorización está mal entendida. No es la realización de una serie de pasos para lograr un objetivo tangible. Es la valoración de los esfuerzos de cada universidad por desarrollarse y crecer en excelencia, frente a la media nacional. Es decir, es una competencia entre enanos. Porque entre la gama de reacciones al informe del Consejo de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (Ceaaces), de la parca resignación a la humilde algarabía, hay pocas voces públicas (por falta de espacios o por falta de iniciativa) que han podido darle un contexto a esta categorización. Una categorización que pone mucho énfasis en crear las condiciones para que la academia se desarrolle en un espacio de excelencia: casi un 40% del peso de los indicadores para la evaluación es destinado específicamente a valorar la producción científica, los PhD que la están produciendo y cómo se la está proyectando.

Es decir, se está cambiando la noción completamente utilitarista de la universidad, por una que genere, verdaderamente, conocimiento. Una visión que, con sus fallas y limitaciones, busca devolver a la universidad su calidad investigadora y no restringirla a ser una institución de formación técnica para medio capacitar a la fuerza laboral. Es parte de una mentalidad más amplia, que pretende cambiar la idea de una universidad estática por la de una institución que contribuya a la formación de un capital social superior a la reproducción de innovación extranjera.

Pero también es la categorización en la que todos seguimos siendo perdedores. La categorización es, en sí, una acreditación. Y la calificación de la universidad solo es una medida de comparación con sus pares. La categoría A no es más que un premio consuelo. Especialmente cuando, según el informe, “la producción científica de alto impacto se concentra en un reducido número de docentes investigadores y está por debajo de los niveles internacionales”. Sin desvalorizar los primeros pasos que se están dando, hay mucho todavía por hacer. Y mientras peleamos entre enanos, hay un gigante al que no vemos alejarse.

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