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El Telégrafo

CNE, coherencia ética

12 de julio de 2013

Quienes realmente y de veras ansían preocuparse y ocuparse de la institucionalidad ecuatoriana, deben reconocer la tarea eficaz y eficiente cumplida por el recientemente elegido Consejo Nacional  Electoral en su primera actuación como función del Estado en los últimos comicios generales, del 17 de febrero del presente año, que -como todos sabemos- fue un verdadero y auténtico plebiscito multitudinario de aceptación a la gestión del presidente Correa y a la Revolución Ciudadana.

Las acciones de este poder constitucional, ente organizador y regulador de los procesos electorales de la nación, en su accionar probo y apegado  a la ley, no solo que generó la aprobación del conglomerado social ecuatoriano, también se colocó por encima de toda sospecha de parcialidad o entreguismo, y superó los siempre revueltos y fatales reclamos de los perdedores de la lid electoral, casi siempre desconocedores universales de la legislación electoral.

Apenas posesionados los vocales del CNE, y luego del análisis de las etapas preliminares pero sustanciales en estos deberes emanados de nuestra Carta Fundamental, para desarrollar las futuras elecciones de Presidente, Vicepresidente de la República y asambleístas nacionales y provinciales, los miembros del Consejo enfrentaron un hecho muy grave en lo moral y en lo administrativo y con connotaciones delictivas sustanciales a la fe pública, no solo por la identidad de sus autores intelectuales, más que nada, por el procedimiento doloso empleado, que era evidente se había venido utilizando hacía décadas por las añosas formaciones electoreras: la falsificación de identidades de miles de ecuatorianos y extranjeros residentes y las inexistentes  adhesiones a partidos y agrupaciones políticas  de antigua y nueva data.

Situación que obligó al Consejo Electoral a realizar un proceso largo y costoso, de verificación de la autenticidad  de millones de rúbricas y de huellas dactilares. Las denuncias por fraude de filiación realizadas por ciudadanas y ciudadanos ascendieron  a decenas de miles y pusieron en el tapete de la opinión  nacional e internacional  la seriedad de los procedimientos del Consejo Nacional Electoral del Ecuador, por un lado, y por otro, la carencia de sustentos éticos de algunos actores políticos de la antigua partidocracia, y de nuevos lobeznos sedientos de poder y de dinero.

Sin embargo, el pueblo ecuatoriano no fue debidamente interiorizado de los severos daños y las  complejidades que significaron estas acciones dolosas de sujetos sin escrúpulo, más que nada por la desinformación de los medios mercantilistas, que en su mayor descaro intentaron vanamente  desprestigiar al CNE intentando formularle culpas inexistentes. Mas el faro de la verdad y de la honestidad  iluminó la senda trazada y trabajosamente los hechos dolosos fueron dejados a la vera del camino y, por tanto, el importante proceso eleccionario para la designación de las máximas autoridades del Estado se dio y se coronó con el mayor de los éxitos. Me he permitido rememorar estos hechos de la historia reciente, por la necesidad sentida de relievar acciones muy positivas de nuestro cambio de época, y que, si no se hacen, al igual que  las palabras, se las lleva el viento.

Por lo demás, he recibido comunicaciones de queridos amigos de siempre, chilenos que se encuentran avocados dentro de poco a un proceso comicial de envergadura y que, en la operación inicial de las “primarias”, se encontraron con irregularidades serias: la suplantación de identidades en tres grupos ideológicos, que matricularon en sus filas a personas que habían entregado su adhesión a otra actividad alejada de la electoral. Otros, en cambio, muestran su  admiración por aquellas acciones de nuestro sistema electoral implementadas en el  reciente acto eleccionario, el  “voto asistido”, acción casi única en el mundo. Todos ellos, humildes habitantes del planeta, se sienten orgullosos  de lo logrado en Ecuador en materia electoral, y desde luego, yo mucho más.

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