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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Claro que Podemos

26 de mayo de 2015

De poder, sí se va pudiendo, un ladrillo a la vez: una marcha progresiva, pero que a veces parecería lenta por el entusiasmo que se genera y que desborda la efectiva toma de conciencia popular, pero que, aun así, demuestra el desquicie de la hegemonía dominante, la de los mercados, de la austeridad, de la banca y de clase política que persigue intereses ajenos a los de las grandes mayorías. Para capturar el resultado de la ronda electoral española, no hay epígrafe más apropiado que el que Gramsci formuló en 1930: “Lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”. La frase nos ayuda a entender la transformación social junto a sus dificultades, es decir las dinámicas contradictorias y a veces hasta peligrosas de los ‘interregnos’. De la misma manera, nos señala el carácter de proceso del cambio político, que no es fulmíneo, sino que contempla un camino en el cual un nuevo bloque histórico va consolidándose, pero inicialmente solo a medias, demostrándose aún no del todo capaz de jubilar a la vieja clase dirigente.

Hay dos aspectos fundamentales que la jornada electoral del domingo evidencia: por un lado, la difusión aún en parches de un consenso renovado; por el otro, pero estrechamente enlazados, los obstáculos internos que se erigen frente a la construcción del nuevo bloque histórico. Podemos avanza electoralmente en todo el país con respecto a las elecciones europeas, y en las grandes ciudades -donde se presentaba en coaliciones populares amplias- obtiene resultados colosales que van más allá de las expectativas, colocando potencialmente como alcaldes en Madrid y Barcelona a dos figuras altísimas como Carmena y Colau. Es este el dato más relevante y simbólico de anteayer: la caída del bipartidismo y en especial del PP, preludio esencial para el avance de una alternativa  al régimen existente. Se trata de una victoria, de un logro que genera el pánico en el campo adverso. Pero permanecen aún inercias, situaciones enquistadas: es el caso de las zonas rurales, donde los mensajes de cambio tienen mayor dificultad en desafiar la tradición y los aparatos del poder clientelar, y donde la inoculación del miedo por parte del régimen hace más prosélitos.

¿Cómo construir entonces un nuevo bloque histórico, una nueva alianza -no solamente política, sino intelectual, moral, cultural- entre sectores heterogéneos? Hay una cierta tensión entre los sectores militantes con su impaciencia, y la necesidad de no lanzar mensajes demasiado altisonantes que justamente ahí donde ese consenso es más difícil de conseguir, podrían ser instrumentalizados para debilitar el ataque al cielo de Podemos. Es menester que los sectores militantes entiendan que la lógica de moderación del lenguaje no corresponde a la clásica caza del votante mediano, sino a la difícil búsqueda -por definición errática- de una semántica que sepa crear pueblo, tomando en cuenta los diferentes puntos de partida de sus posibles integrantes. De la misma manera, sin embargo, Podemos debe lograr armonizar mejor leninismo y apertura hacia los movimientos sociales, así como ha demostrado de ser capaz ahora en muchas realidades locales. A lo mejor no será este el año en que se logrará cambiar a España. Las guerras de posiciones son largas, y a Tsipras le ha llevado tres elecciones generales. O a la mejor sí. Pero tarde o temprano, claro que Podemos. (O)

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