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El Telégrafo

Cinco años de Revolución Ciudadana

30 de diciembre de 2011

La Revolución Ciudadana  asumió la administración  del Gobierno central del Ecuador en uno de los momentos más difíciles de  la vida de  nuestra patria, tanto en lo institucional como en lo financiero  y lo social, en otras
palabras: con un conglomerado ciudadano  agobiado  por una crisis multifactorial y multifacética. Nuestra clásica y casi natural  dependencia del sector externo de la economía para su crecimiento -por ser un  país  exportador de materias primas-  lo convertían en una nación enormemente vulnerable para efectuar  cambios profundos en su estructura, lo que  impedía su progreso  y el bienestar de su población. La abultada deuda externa  contratada por mandos  incapaces y corruptos, si cabe, hacían posible mayor sujeción a sus tenedores: el capital agiotista nacional y mundial por una  legislación fascinada por favorecer esos  intereses.

El peso de una  parte de la abigarrada burocracia, ineficiente muchas veces y otras envilecida, apacentada en  oficinas  de todas las funciones a lo largo de nuestra propia  geografía, complicaba el ejercicio real del poder y deterioraba  el prestigio- si alguna vez lo tuvo- de la añosa clase dirigente, generando, entre otras causas,  la  caída  de tres presidentes  en forma consecutiva. Sin  la conducción ideológica de la sociedad, el Ejecutivo se quedó sin piso,   sin perspectiva de imprimir racionalidad a la dimensión política del pueblo ecuatoriano  y mucho menos de articular  una concepción progresista  de desarrollo sustentable, ya sea por la propia incapacidad de los dirigentes o  por la recurrente actitud viciosa de su entorno, y por tanto su tiempo se agotó definitivamente.

El triunfo electoral de Rafael Correa Delgado provocó una enorme conmoción  a la oligarquía, que la  llevó a  plantearse  nuevas  perspectivas existenciales. La primera,  el reconocimiento de algunos   que era el fin de su era; y la segunda, las factibles acciones contrarias para  desprestigiar y finalmente  sacar al presidente Correa  del camino en la forma que fuere. La insidiosa campaña de prensa, desde el inicio del mandato y que continúa, fue el globo de ensayo  para sus proditorios   fines, luego le seguiría  la siniestra conspiración  del 30-S, con toda su secuela de cinismo  sangriento.

Hoy, a pesar de todo,  la gobernabilidad  y  representatividad presidencial  son hechos que nadie discute. La obra pública  en materia de educación, salud, vivienda, carreteras, puentes y aeropuertos; las reformas agraria, tributaria, energética, judicial y el eficiente manejo de la deuda externa, reducida a su mínima expresión, solventan el clima de confianza y optimismo  de la población  y que subyace en los sondeos de opinión   actuales y son la  piedra angular del alma constructora  y revolucionaria  del socialismo.

Culminamos el  quinto año de la excelente  interacción gubernativa de la Revolución Ciudadana  y su líder, Rafael Correa; y nuevos retos aparecen en el horizonte, con la necesidad de  enfrentarlos con  el espíritu democrático  que incorpora el conflicto social  a las acciones y resoluciones del Gobierno de la República  para solucionarlo con la ley.
No se trata -todo lo que afirmo- de positivismo verbal. No. Es  solamente la  efectiva y veraz  relación de un lustro de realización fecunda de un régimen  y de un proyecto político comprometido  con los más  altos postulados y  aspiraciones del Ecuador.

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