A lo largo de casi 30 años de democracia, las alarmas del tan mentado modelo chileno, se habían activado en diversas ocasiones, pero nadie quiso escucharlas. El experimento neoliberal más exitoso de la región, venía con defectos de laboratorio, ese que la Escuela de Chicago supo abrir en Santiago a mediados de la década del 50. Para implementarlo, con cierto suceso se necesitó una dictadura de 17 años y varios miles de muertos.
Siempre se resaltaron los índices macroeconómicos, pero el eco era escaso, por no decir nulo, cuando se recordaba que el 50 % de los chilenos accede al 2,1% de la riqueza neta del país, en tanto el 10% concentra un 66,5% y el 1% más acaudalado se quedó con el 26,5% de la torta.
Una alarma saltó en 2006 cuando los universitarios pusieron en tela de juicio el modelo educativo heredado de la dictadura. En pleno gobierno de la Concertación Democrática. Meses después, la crisis del Transporte, sacó la gente a la calle y ahora, el detonante fue el pasaje de metro, pero la realidad las capas bajas y las medias (profundamente endeudadas), dijeron basta. El modelo se resquebrajó y por lo que se ve en las calles y en los golpes al viento del presidente Sebastián Piñera, hay que empezar todo de nuevo.
Cada vez que asomaba una crisis, en Chile se la justificaba como fruto de la transición. Tuvo muchas transiciones desde el final de la dictadura en 1990. Pero esa Constitución diseñada por Augusto Pinochet y el modelo económico, terminado de fraguar por Hernán Buchi, al que inexplicablemente por estas horas, nadie recurre a él por una opinión, al menos, parecen ser quemados entre Plaza Italia y a lo largo de la Alameda.
Con las masas ardiendo de bronca y las Fuerzas Armadas, otra vez cuestionadas, habrá que estar atentos cómo opera el reconocido ego de Piñera en estos días violentos. Ya no el costo del transporte, es el modelo que se está desarmando, dejando al desnudo, su fabulosa macroeconomía y la cruda realidad social. (O)