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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Charlie Hebdo y el conflicto

16 de enero de 2015

Por un breve momento, todos fuimos Charlie Hebdo, porque todos vimos aterrados el resultado del sinsentido de la violencia y el fundamentalismo. Millones de franceses se tomaron las calles con lápices en alto y pancartas que recordaban al mundo que todos, efectivamente, éramos Charlie Hebdo. Brazo con brazo, también pudimos ver marchar a Netanyahu a pocos metros de Abbas. Atrás quedaron los recuerdos de Gaza en ruinas, o los miles de muertos que dejó la ofensiva israelí del año pasado. Nada importa ya, esta es la tragedia por la cual marcharían.

La tragedia es la muerte. La tragedia es también esa amenaza a la libertad de expresión, lo cual es una tragedia que te condena a hablar con miedo. Y la tragedia es la hipocresía que ha permitido legitimar.

Porque ahora resulta que esa construcción válida pero criticable del ‘derecho a blasfemar’ parece estar reservada para blasfemar el islamismo. Y no porque Charlie Hebdo no haya repartido portadas a todas las religiones, sino porque la crueldad de la ‘blasfemia’ contra los musulmanes se basaba en la persona, no en la autoridad. Un musulmán sosteniendo el Corán mientras es atravesado por las balas con una leyenda que dice: “El Corán es una mierda, no detiene las balas”, no muestra la crítica al fundamentalismo sino que muestra una incapacidad de sufrir al otro. Pero son las transgresiones que estamos dispuestos a aceptar.

La hipocresía es que no estamos dispuestos a aceptar otras transgresiones, aquellas que critiquen la normalidad de ese liberalismo judeo-cristiano occidental. El presidente Hollande, que frente a los atentados le recordó al mundo que “la República es libertad de expresión, cultura, creación, pluralismo y democracia”, parece que no tuvo reparos ante el arresto del comediante Diudonné, que en su página de Facebook comentó que se sentía como Charlie Coulibaly (en referencia al hombre que atacó el supermercado kósher el mismo día que fue atacado Charlie Hebdo). No es una apología por su opinión, que es vergonzosa. Es la contradicción en el discurso.    

La hipocresía también es nuestra. Es la hipocresía desde una sociedad que se ofende cuando Reinoso ridiculiza a la comunidad homosexual o un Estado que se pone todo legal cuando los caricaturistas se ponen muy críticos, pero también donde estos caricaturistas son incapaces de criticar a las élites de los medios para los que trabajan.

La defensa de la libertad de expresión es una causa, pero no es la causa. La defensa de la libertad de expresión no puede ser selectiva, y tampoco puede ser un instrumento retórico de agresión a todo aquello a lo que no estoy dispuesto a otorgar libertad para expresarse. Entonces, la ‘libertad de expresión’, así entre comillas, no es más que los límites que las élites ponen a la modernidad hegemónica. Y mientras la libertad de Charlie Hebdo es controlada por el mercado (por nuestra voluntad de consumirlo o no), la libertad del resto es controlada por el Estado.

Charlie Hebdo nos dejó un mundo en conflicto. Un mundo donde se banaliza la vida (y la muerte) detrás de un discurso que nos quiere mostrar liberales, democráticos, occidentales y civilizados, cuando  en realidad seguimos teniendo una mentalidad colonizadora. Un mundo donde las tragedias y sus muertes son jerarquizadas. Un mundo en conflicto, sí, pero que no está dispuesto a resolverlo.

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