Cualquiera, con mediana vocación de izquierda, sabe, lo dijo Lenin hace tantos años, que el Poder (con mayúsculas) va más allá del aparato del Estado, ocupando todos los rincones nacionales e internacionales, donde se perpetúan los grupos privilegiados. Eso debería permitirnos entender que los medios, en su mayoría, defienden ese statu quo. Para ello cuentan con variadas fuentes de financiación, nunca estarán en riesgo económico porque su razón de ser es eminentemente política.
Hoy todo esto ha quedado mucho más claro en nuestro país porque vivimos un momento de cambio. Algo ha pasado, algo se movió, como la conciencia de ese rol mediático. La burguesía ecuatoriana se ha sentido amenazada, sus medios lo vienen expresando desde la irrupción en el gobierno de la Revolución Ciudadana, y todos los días chapotean en el fango de una línea editorial que es oscura, enrarecida, porque no se puede hablar de libertad cuando es tan acotado lo que los anima.
Y la supuesta izquierda ecuatoriana: ¿por dónde anda? Buena parte de ella, la que hace política desde el cubículo intelectual, confunde frustración con el derecho a exponer cualquier argumento, convirtiendo la política en religión y “haciendo más fácil la construcción de sectas que la suma de voluntades”.
Ellos que fueron “linchados” por los medios masivos hoy aparecen como sus defensores, como si el oportunismo fuera una buena práctica, como si ese oportunismo no los condenara a reproducir las taras de siempre, como si ese oportunismo no fuese traición. Están cada vez más solos, sin posibilidades reales de hacer política, sin poder apoyar el cambio, por muy errático o contradictorio que pueda parecer. Esa izquierda piensa que los referentes pueden ser olvidados, que si ellos han perdido la memoria -otra notable característica de la derecha- todos debemos hacerlo. Es realmente penosa su posición.
La sociedad ecuatoriana tiene todavía muchos tufos anacrónicos, cargados de enormes injusticias, de absurdos, como este de erigir un monumento a quien fuera un contumaz violador de los derechos humanos, y esa cierta izquierda prefiere mirar a otro lado, como haciéndole el juego a lo establecido. Su crítica, la que deberían trabajar todos los días, a la que no solo tienen derecho, es quizás su principal obligación, debe ayudar a construir una sociedad ecuatoriana justa e incluyente, para eso deberían centrarse en el funcionamiento y relaciones del poder y los medios.
Ese debería ser uno de sus aportes y no uno de sus grandes fiascos.