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El Telégrafo
José Vales

Cerrado por agotamiento

18 de diciembre de 2020

Y si todo está guardado en el disco duro de la humanidad, y en el de cada uno de nosotros, me viene a cuento “Cerrado por melancolía” (1981), el libro del argentino Isidoro Blastein (1981), cuyo título fue el mismo texto que el autor colgó en la puerta de su librería al tener que cerrarla por falta de ventas, allá lejos, en tiempos de dictadura militar.

A nuestros países, al mundo, no lo mueve precisamente la melancolía y mucho menos el tempo literario. Los mueve el vil metal, el poder, y la concentración indiscriminada, en eso que conocemos por capitalismo.

Y en ese marco, es que nos fuimos devorando los recursos naturales, nos fuimos enfrascando en guerras fratricidas y orquestadas para la conquista, se fueron fagocitando almas de todas las razas y credos, pulverizando los sistemas políticos, los marcos ideológicos, todo con la fuerza de la velocidad que nos terminó dejando inermes ante una nueva época, marcada a fuego por la inmediatez, la cibernética y las nuevas tecnologías.

Y si algo tenemos que resaltar de este olvidable 2020 que expira es, precisamente, que buena parte del mundo está cerrado, tabicado por el generoso covid-19 al que se lo acusa de muchas cosas y de otras tantas, que vienen de otrora, pero ni el virus ni sus autores intelectuales, se molestan en declamar su inocencia.

Y es que el covid-19 parece consciente de su rol en esta representación: Es el pretexto perfecto para que la economía global puede colgar el cartelito a lo Blastein: “cerrado por agotamiento”.

El último discurso de la canciller alemana, Angela Merkel ante el Bundestag (Parlamento alemán) pidiéndole a los alemanes que no se junten para Navidad y su decreto de posterior confinamiento, dijo mucho más por lo que calló que por el tenor de su discurso, de ella, precisamente una de las últimas figura políticas (en funciones) de manual que le quedan al mundo.

Con la mayoría de las economías de occidente diezmadas, con actividades claves al borde la extinción (como el turismo por citar sólo alguna), con el crecimiento exponencial de la pobreza y de las personas que como todo techo sólo tienen el cielo, con buena parte de la humanidad siendo reconvertida al teletrabajo o a depender de la ayuda social mientras haya, el agotamiento del sistema y el fracaso de todas las alternativas puestas a prueba durante décadas, están ahí, pendiendo del arbolito navideño, para ver si nos atrevemos a reflexionar (no está prohibido por ahora) en la noche del 24, con una copa de algo en una mano y con la otra lanzando alcohol desinfectante a todo lo que pase, para acabar con todos los virus que carcomen al sistema, o mejor dicho, a nuestras vidas. 

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