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El Telégrafo

Centauros

27 de julio de 2013

El taxista es un ser intrépido, que se precipita en el tráfico como el cazador entre la manada. Debe estar atento, pues otros cazadores permanecen al acecho para adelantarse y ocupar el minúsculo hueco. Si se acerca un semáforo, el viajero no debe abrir la boca. La tensión es demasiado fuerte y, el riesgo, palpable.

Insensatamente, puede propiciar un choque, un atropello o quizá un asesinato. Depende del conductor, porque, de hecho, y asombrosamente, los hay pacíficos. Una especie en extinción. Ellos no pitan para arrancar, acelerar o decir ¡aquí estoy yo! Pero son los menos. Los más abusan de ese demoníaco artefacto pariente del sexo masculino, sobre todo cuando aparece un peatón. Al menos, no los atropellan a conciencia.

Aún. Porque peatones y conductores son especies enemigas, pero obligadas a entenderse. Y qué bueno sería que, al menos una vez a la semana, intercambiasen sus papeles. O acaso podríamos descubrir a un nuevo habitante de la ciudad mitad humano y mitad coche. Un renovado Centauro con patas, faros y espejos retrovisores. Pero, sobre todo, armado de tanta paciencia como Quirón, el más justo de los mortales. A este nuevo ser lo llamaríamos taxipeatón.

En el Libro de los seres imaginarios, Jorge Luis Borges define así al centauro: La rústica barbarie y la ira están simbolizadas en el Centauro, pero “el más justo de los Centauros, Quirón” (Ilíada, XI, 832), fue maestro de Aquiles y de Esculapio, a quienes instruyó en las artes de la música, de la cinegética, de la guerra y hasta de la medicina y la cirugía.

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