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El Telégrafo

Cenizas

04 de enero de 2014

La esperanza de 2014 es la de esos niños que esta semana paraban a coches y transeúntes en las calles para pedirles “para el viejo”. Pero el viejo se quemó fragmentado en miles de monigotes de papel, almidón y pintura con la cara de jugadores de fútbol, políticos y superhéroes que luego cubrieron con ceniza y humo el cielo de Guayaquil.

A las once y media, cohetes y fuegos artificiales marcaban los últimos pasos de 2013, que se recostaba en un mar de luz. Toda la ciudad pareció incendiarse a las doce en punto, quemando los malos ratos del pasado para invocar salud, amor, dinero y algún que otro propósito de enmienda. En cada calle ardía la llama de una ilusión o una promesa, y el aire arrastraba olor a pólvora, fuego y humo que envolvía figuras fantasmales, desorientadas de pronto, hasta encontrar nuevamente su lugar, el orden de un tiempo recobrado.

Los brindis saludaron el año nuevo y la euforia estalló en cientos de cohetes que volaron como deseos. Luego, poco a poco, mientras la gente volvía a las fiestas y a sus casas, el 2014 empezó a andar, algo asustado quizá por el ruido y la música. Pues el tiempo es un niño ya viejo, hecho de luz y de cenizas.

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