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El Telégrafo
Melania Mora Witt

‘Cementerio marino’

25 de abril de 2015

El Mediterráneo, cantado por poetas y músicos, está convirtiéndose en un gran sepulcro. Solo en lo que va del año, 1.800 personas perdieron la vida al naufragar las frágiles embarcaciones que conducían su carga de hombres, mujeres y niños a las costas europeas. La semana anterior, 800 murieron  frente a Sicilia, en el mayor desastre marítimo ocurrido en la región.

Frente a la ola incontenible de viajeros que arriesgan su vida para cruzar el ‘mare nostrum’, los 28 jefes de Estado y Gobierno de la Unión Europea se reúnen a fin de tomar medidas que, según ellos, deberán frenar el éxodo. Proponen blindar sus fronteras militarmente y atacar a los traficantes de personas, hundiendo las barcazas que utilizan para el transporte de seres humanos hacia las ansiadas orillas de Europa.

¿Serán suficientes estos elementos disuasivos para contener las ansias de miles de hombres y mujeres que cifran su última esperanza en la aventura viajera? Quizás habría que precisar las razones que provocan la fuga masiva, pero las respuestas pueden resultar incómodas para la conciencia de los países europeos a los cuales, con justicia, habría que señalar como los causantes pasados y presentes de la desesperación de millones de personas, atrapadas en territorios en los cuales el hambre, las enfermedades, la miseria, son los únicos horizontes. El cuadro se agrava por la presencia de conflictos internos y externos que han convertido en un  infierno sus lugares de origen.

La raíz de los problemas se encuentra mucho más atrás. África, de donde proviene gran parte de la población que huye, aún no ha recibido la recompensa que el mundo  le debe por siglos de saqueo y matanza, que incluyen la esclavitud ejercida para echar a andar las estructuras del capital y luego la colonización ejercida hasta fines del siglo XX, tanto en el Continente Negro como en Oriente Medio. La independencia fue conseguida tras cruentas luchas y la herencia europea fue el analfabetismo, el atraso y la pobreza.

Las disputas entre las potencias añadieron problemas, pues en muchas ocasiones el trazado de fronteras se hizo por razones geopolíticas que no guardaban relación con la realidad de esos entornos. A ello se sumó en los últimos años la diabólica intervención que depuso mandatarios y colocó títeres en su lugar, provocando conflictos civiles, después de arrasar con ciudades y culturas. Por eso no sorprende que la diáspora tenga rostro palestino, sirio, iraquí, afgano, o adopte el de personas nacidas en el África Subsahariana.

Cada tragedia conmueve, se trate de una persona o de muchas. Pero no todas reciben la misma atención y sus víctimas se convierten en pocos días en parte de estadísticas que se leen sin estremecimiento. Ello porque sus protagonistas son negros o árabes, pobres, provenientes de países destrozados.  De ellos, como dice el poema de Valery, habría que preguntarse: “¿Dónde del muerto frases familiares,/ el arte personal, el alma propia?./ En la fuente del llanto, larvas hilan”.

¿Podrá el capitalismo encontrar una solución humana a esta catástrofe? (O)

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