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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

CCE: desafío y rumbo institucional

26 de agosto de 2014

¿Tiene vigencia la propuesta suscitadora de Benjamín Carrión en el momento actual? ¿Alcanza un asidero contemporáneo la posibilidad de cimentar una nación pequeña a partir de sus hondos rasgos territoriales, culturales e identitarios? ¿Es conveniente sostener y fortalecer una casona destinada al servicio de las artes y a la propagación de las expresiones culturales?

El 9 de agosto de 1944 fue instituida la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), bajo el Decreto Ejecutivo Nº 707 suscrito por el entonces presidente José María Velasco Ibarra. Fue la concreción de un anhelo fraguado por Manuel Benjamín Carrión, quien dijo, según su explicación: “La Casa de la Cultura Ecuatoriana nació, pues, para ennoblecer y rectificar los itinerarios de la patria […]. La Casa de la Cultura, cuya raíz arranca de la definida e irrevocable vocación nacional, tiene como misión profunda y alta a la vez, desentrañar las esencias de nuestro destino, por medio de la indagación de su geografía y de su historia, de su potencial de suelo y hombres. Ofrecer posibilidades a las realizaciones de cultura, hasta entonces cosa merecedora de escaso apoyo del Estado entre el acervo de las actividades del hombre ecuatoriano”.

Con tal horizonte se ha encumbrado la Casa de la Cultura Ecuatoriana a lo largo y ancho de estos últimos 70 años de vida nacional. No exenta de desafíos, altibajos y malestares. Como resultado de la convivencia institucional. Como consecuencia de la multiplicidad de criterios y perspectivas. La Casa recreada por Carrión es latente arbusto de la gesta cultural de nuestra patria. Esto no tiene discusión alguna.

Pero, lamentablemente, las dificultades financieras han golpeado las puertas de la matriz, hace algún tiempo, sin alcanzar respuesta válida ni alternativas de los estamentos gubernamentales encargados del área. Queda la impresión de que el Ministerio del ramo no alcanza a dimensionar la problemática, interesada tan solo en absorber las estructuras físicas, operacionales y logísticas de la sede principal y de sus núcleos provinciales, pero sin abordar la esencia del meollo: la conformación y ejecución del Sistema Nacional de Cultura. Claro, esto aún en espera de la aprobación y ejecútese de la respectiva ley. ¿En dónde radica el desenfoque de la citada cartera de Estado? ¿En la designación de sus máximos personeros alejados de la praxis cultural? ¿En la burocratización ministerial, sin que eso implique efectos prospectivos? Interrogantes que merecen respuestas debidamente motivadas para satisfacción de los gestores culturales.   

El presidente nacional de la CCE, Raúl Pérez Torres, ha cursado sendas misivas a entidades del Estado, sin obtener contestación que devenga en inmediatas soluciones. Según declaraciones públicas del propio titular de la CCE, la situación presupuestaria de tal estamento es alarmante, situación que requiere del contingente y preocupación oficial. De lo contrario, se esperan días aciagos para la CCE.    

Aquí cabe una reflexión: toda auténtica revolución gira alrededor de varios ejes de acción: uno de ellos es la revolución cultural. Entonces, en nuestro país, el Gobierno Central debería tomar en cuenta seriamente los avances y logros alcanzados en esta área -los derechos culturales- que conlleva el espíritu creativo y solidario del ser humano.

Es un verdadero desafío sostener la luz emblemática encendida por Benjamín Carrión, intelectual de firme raigambre socialista.

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