Publicidad

Ecuador, 24 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Carlos Veloz y sus transparencias

12 de octubre de 2012

Era, sin duda, un gran acuarelista. Pero además, o sobre todo, era un gran amigo; un entrañable hermano. Tolerante, mesurado. Buen conversador, de sonrisa y risa fáciles. Apasionado por el arte, en especial por la música.

Ejerció la pintura y el canto. De lentes y pelirrojo. Siempre llevó barba y bigotes. Y siempre, en su corazón, había espacio para todos. Y no se trata de que “no hay muerto malo”. En verdad era un buen hombre. Incluso en sus dolores, que no fueron pocos. 

Me sorprendió su muerte. Como a muchos, a pesar de que se sabía inevitable. En este caso, la parca, tan puntual, se permitió avisar y advertir. Y por eso mismo había montado una exposición con su obra y un libro que recogiera los rincones, las esquinas, las calles, las cúpulas y las casas de aquellos barrios de Quito, en los que creció y, quizá por ello, los retrató. Una y otra vez. A nadie extrañaba encontrarlo con su silla y su mesita, dibujando, tomando apuntes, a mano alzada. O ya trabajando directamente con la acuarela. Su formación de arquitecto le ayudaba a equivocarse poco en los trazos, en delinear calles, edificaciones, iglesias. Las recorría una y otra vez. Al principio en grupo y después solo. Entregado a retratar la ciudad que amaba.

Y me sorprendió aún más su muerte, porque justo el miércoles anterior, Jacinto Collahuazo (del Instituto Metropolitano de Patrimonio) me dejó, personalmente, el libro de Carlos. Apenas lo abrí, dije que debíamos hacerle una entrevista. Pero ya era tarde. Aunque seguro, con pasión, nos habría empezado a contar la historia de cada cuadro a través de la historia de cada barrio, cada calle o cada casa. Y nos habría hablado también de política, del país, de la necesidad de construir una sociedad inclusiva, abierta, creativa.    

Por eso duele también que Carlos no haya estado en la apertura de su exposición y la presentación de su libro. Lo intentó. Pero no pudo. Ya era tarde. La demora de los burócratas, municipales y espesos (como bien señalaba El Telégrafo), no lo permitió. Y ahora se tiran la pelotita. Se culpan unos a otros. Al cabo que ya no importa, al final ya los conocemos. Y lo que es más, ya Carlos lo sabía.      

Carlos es, junto a Oswaldo Muñoz Mariño (su maestro), uno de los más importantes acuarelistas de las últimas décadas. El trabajo artístico de Carlos, vasto y sólido, es su gran legado. Aunque lo recordaremos y llevaremos siempre con nosotros por su coherencia y condición humana. Por su ética y verticalidad. Carlos estará en mi corazón, en nuestros corazones, por su transparencia. Esa misma transparencia que ilumina cada trazo de sus acuarelas. Esa misma transparencia que, ahora, desde el Oriente Eterno, nos ilumina a todos.

Contenido externo patrocinado