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El Telégrafo

Caravana cultural manabita

01 de noviembre de 2013

El jueves 24 de octubre del presente año el auditorio Grupo de Guayaquil, de la Casa de la Cultura del Guayas, fue el escenario magnífico para la recepción de una pléyade de artistas e intelectuales, integrantes de una embajada cultural representante de la Casa de la Cultura Eloy Alfaro, de mi provincia natal, que haciendo honor a su lema “Manabí, potencia cultural” entregaron momentos de gran regocijo espiritual a cientos de asistentes a ese paraninfo.

La migración interna en una nación establece conceptos de contrapunto, por un lado, la necesidad de vivir en un determinado lugar del país que no es precisamente su terruño, pero que lo acoge con afecto, y por otro, la añoranza por el rincón que lo vio nacer, todo ello en un tropel de evocaciones, obviamente, no con el pensamiento del rapsoda, conocedor de formas de depuración de las emociones, que le permite solventar escenarios irreales, donde intenta capturar el ideal para verterlo en unas cuartillas, que tengan el significado de la belleza de lo humano en sus momentos de amores y dolores, porque el sentimiento advertido en el recuerdo del migrante frente a su tierra definitivamente tiene más bien la recurrencia de lo telúrico.

La remembranza de la provincia genera sensaciones y percepciones del amor latente hacia ella y también de culpa por la premeditada prescindencia del calor humano y familiar de aquel retazo de territorio que en algún momento de su vida abandonó, casi siempre, en forma involuntaria.

El enternecimiento, entonces, es justificado. Lo sucedido en ese hermoso acto y en la fecha que señalamos -donde fuimos testigos y actores de esos instantes mágicos que sostuvo la presencia de la delegación con la poesía y la música de la patria chica- abona para historia civilizatoria. Todos los concurrentes, manabitas o no, que fuimos cautivados por las ejecutorias de los estetas y de los intérpretes de las canciones de añoranza, hicieron que las bellas abstracciones de los poemas no perdieran su contacto con la realidad del ser humano común, aquel de las esperanzas intactas, especie de antinomia vital entre la fantasía y la existencia cotidiana.

Nuestro formal agradecimiento, por los entrañables momentos de felicidad recibidos, a pesar de la justificada atmósfera de nostalgia trashumante que se respiraba; agradecemos a los miembros de la casa de la Cultura de Manabí Eloy Alfaro, en la persona de su presidente Dumar Iglesias Mata, “suscitador incansable para consagrar valores de la tierra manabita”, como muy bien lo calificara en su momento un gran comprovinciano, lamentablemente fallecido, el profesor Eloy Velázquez Cevallos.

La extrapolación de la actividad formativa realizada por el ente cultural de Manabí puede ser un ejemplo de políticas de difusión formativa, que posibilite el mejoramiento de la comunicación cultural nacional y la derrota del hastío en las que se debaten las instituciones matrices de la cultura de la República, cansancio que es hijo sacrílego de la costumbre y que jamás ha labrado una atalaya para abarcar con su mirada la perspectiva de las nuevas ideas.

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