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El Telégrafo

Capitalismo consciente

31 de mayo de 2012

Gary Hamel, el nuevo gurú de los negocios de Harvard,  dice que ante el deterioro mundial de la economía,  cuyas repercusiones desataron una avalancha de indignación, condena y protesta en contra de Wall Street, la crisis generada ha expuesto una desconfianza profunda y un resentimiento implacable en contra del capitalismo.
Milton Freedman, ideólogo del modelo capitalista, afirma que la única responsabilidad social de los negocios es ganar dinero para los accionistas.

En consecuencia, hay una creencia de que el capitalismo puede ser el más poderoso motor de la prosperidad y el progreso, pero en los últimos años, los individuos y las comunidades están muy descontentos con el implícito contrato que gobierna los derechos y responsabilidades de los negocios. La economía y las comunicaciones globales han agudizado nuestra percepción de los negocios que se concentran solamente en enriquecer a los inversionistas y cuando los gerentes ven el interés de sus clientes, empleados, comunidades  y la fe del planeta  como un poco más que una negociación de costo-beneficio.

Hamel cree que ha llegado el tiempo para revisar las creencias gravadas profundamente acerca del objetivo de los negocios, los intereses que sirven y la forma como crea valor. Su propuesta clama por una nueva configuración de capitalismo para el siglo 21 que esté dedicada a la promoción del buen vivir antes que la búsqueda agresiva  del crecimiento y la rentabilidad; una que no sacrifique el futuro por los resultados de corto plazo; una que esté preocupada por cada uno de los grupos de interés; y una que obligue a los líderes a dar cuenta de todas las consecuencias de sus decisiones. Es decir, un capitalismo profundamente basado en principios, fundamentalmente paciente y con responsabilidad social.

¿Es esto posible? Yo tengo mis serias dudas. El capitalismo se alejó de los principios y degeneró en una estrecha vía hacia el  interés personal sin una fuerte base ética. La ansiedad de riqueza sustituyó a la paciente visión y perseverancia -que son críticas en la creación de valor- y  fácilmente cae en la ceguera de corto plazo. Y definitivamente, el capitalismo no puede operar en un vacío social, donde las utilidades y los dividendos de los accionistas sean la única forma de medir el valor agregado de la empresa.

El capitalismo surge en la mitad del siglo 18 y después de casi tres siglos, cuando sus errores no pueden ser imputados a enemigos visibles como el socialismo marxista, tímidamente nace un modelo denominado capitalismo consciente que describe los principios del estatuto racional para que la creación de valor de las empresas sea construida sobre la base de la premisa fundamental de que cada negocio tiene un propósito más profundo que la maximización de la rentabilidad a corto plazo y una responsabilidad con todos los grupos de interés y no solamente con sus accionistas.

Es una entidad inteligente mediante la cual la rentabilidad es consecuencia de que la empresa en realidad entregue valor a sus clientes, empleados, proveedores, inversionistas y a la comunidad. Es un desesperado intento de concebir un nuevo capitalismo de largo plazo que escape de la necesaria reforma y regulación externa y que eventualmente restaure la confianza pública y repare el debilitado tejido moral del sistema.

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