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El Telégrafo

Canto de piedra en la bella Salamanca

17 de octubre de 2012

La frágil representación de la Luna en sus formas disímiles, el arte de acuñar el éxtasis de la metáfora, el tormentoso tránsito del peregrino, la mirada peculiar frente al crepúsculo, el intento por acrecentar los designios del agua bendita, la vieja tentación de la manzana, la capacidad observadora ante el tedio colectivo, la construcción imaginativa que detalla el mar y sus infatigables navegantes, el frío que propicia el hambre, la huella del dolor, el grito proveniente del alma, las estrellas dibujadas con las líneas de las manos gitanas, el temblor que emanan los desafectos, los ojos que no concilian el sueño, el sosiego concluida la tormenta, la lucidez que brota de la hogaza y del cielo, las imágenes que superan el espasmo de lo absurdo, la luz extraída de los jardines y amaneceres, la ruptura de las fronteras mentales y las geografías decadentes, la plegaria al ser virtuoso, el último alarido profético en pos del perdón y la reconciliación fueron, entre otros, aspectos vívidos, que marcaron a inicios del presente mes el desarrollo del XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, cuya ciudad anfitriona fue la bella e imponente Salamanca.

Este evento tuvo como contexto rendirle tributo de admiración a don Miguel de Unamuno, para lo cual se reeditaron, leyeron y tradujeron a otros idiomas sus versos íntimos y, a la par, universales. Esta jornada de cosecha poética ha sido recogida en una antología titulada “Di tú qué he sido”, en donde los vates participantes constan a través de su palabra y de los fieles retratos de autoría del pintor Miguel Elías. 

Desde la avidez de la escritura Rafael Soler (España) anuncia su voluntad testamentaria: “Lego mi tos y mi dieta al primero que aparezca/ y a mis tres hijos la lluvia/ para que crucen indemnes el otoño/ y sus besos de agua/ repentinos/ limpien de tristeza la frente de los cuatro”.

En tanto, su compatriota, Miguel Velayos, expone que “contra la terquedad que llena de ponzoña el pensamiento,/ contra el tiempo que mata,/ contra el miedo que mata,/ contra el mundo que mata…/ de nuevo, la poesía”.

Con desgarro social, José Pulido (Venezuela) se enfrenta a la crueldad del pavimento, a la violencia común y a la marginalidad, de manera descriptiva: “[…] pescadores improvisados/ luchando entre la tormenta/ de aquella mujer enorme./ Se aferran a sus brazos,/ a sus rollos de grasa,/ y ella grita/ porque en medio de la calle/ está muerto su nieto./ Es como un frasco roto/ y la gente dice que lo quebraron”.

Basilio Belliard (República Dominicana) comparte sus sueños: “Dicen que las estrellas son ojos y que las rocas son muertos. Dicen que el aire es de fuego y que el hielo es de leche. En lo que me atañe: lo digo porque lo sueño”.

La voz de Gabriel Chávez (Bolivia) habla por sí sola: “Que esta línea de tinta se torne en una ajorca/ que de la ajorca crezca la danza de una bailarina/ que en los ojos de la danzante asome la noche/ que en su noche haya estrellas fugaces/ y que una de ellas trace esta línea de tinta”. 

Cordiales rapsodas quedan fuera de esta enunciación lírica -por restricción de espacio-, como Héctor Ñaupari (Perú), Juan Ángel Torres (México), entre otros.

Concluyo con mi modesto homenaje al embrujo salmantino: “Emanan copas de vino/ para hacer llevadera tu ausencia,/ se inmortalizan los versos de piedra/ para asesinar a la melancolía./ Aparece Salamanca/ imponente ante la arena del tiempo/ vital con la plaza de balcones tendidos en el aire/ henchida de reliquias y palomas/ señorial como sus adentros”.

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