En el curso de las próximas semanas los partidos políticos ecuatorianos se verán abocados a seleccionar sus candidatos para las elecciones seccionales del año próximo. Con esta ocasión, cabe -una vez- más preguntarse sobre cómo se realizará ese proceso de escogimiento.
Si contemplamos el panorama de las colectividades inscritas y que pueden presentar aspirantes a los cargos en disputa, podemos constatar, que, pese a todo lo que se ha tratado de hacer, y de todo lo mucho que ha sido dicho sobre el tema; la enorme mayoría de los partidos sigue siendo de tipo patrimonialista.
Por patrimonialismo se entiende una condición en la cual la organización es o termina siendo “patrimonio”, o sea, propiedad de facto, de una persona o familia. Se trata de las colectividades que operan como agencias del proyecto personal de un político y de familia cercana, y no como expresión orgánica de un proyecto colectivo independiente a la suerte de sus habientes, y, por tanto, capaz de trascender a los intereses y fortuna individual de los fundadores y detentores. Uno de los rasgos centrales de la política feudal, es, precisamente, que los sujetos políticos son algo así como mayorazgos clánicos.
Hoy en día muy pocas agrupaciones se salvan de esta condición. Para saber cuáles caen dentro de esta categoría de partidos patrimonialistas, bastaría con preguntarse cuáles podrían existir o sobrevivir en ausencia de su líder supremo o de sus delfines designados. Tal vez solo Pachakutik y el PAIS post-correísta podrían pasar dicho test.
Una de las frustraciones más grandes de los años recientes ha sido el fracaso de PAIS en constituirse como un partido moderno y post-feudal. Paradójicamente, la ruptura con su líder histórico puede que le dé una nueva oportunidad de refundarse como lo que dijo querer ser: un partido democrático de masas. Lamentablemente, el peso de los pasivos de su gestión en la década pasada puede que conspire poderosamente contra tal buen propósito. (O)