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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Campo de batalla

21 de febrero de 2015

El globalizado mundo en que vivimos se asemeja cada vez más a un gigantesco campo de batalla, en el cual los focos principales -aunque cambiantes- están hoy en Oriente Medio y África. Sin embargo, se acercan peligrosamente a Europa y pretenden involucrar a América Latina. Estados Unidos es, por acción u omisión, principal actor en las diversas contiendas y árbitro en casi todas.

La guerra se libra en múltiples frentes, entre ellos el mediático. Se trata de ganar la opinión de las masas para, con su aquiescencia o silencio, intervenir abiertamente. No hay ética en el ámbito de la información, y esta se da en función de intereses de grupos y países. Se destacan o silencian las noticias de acuerdo a conveniencias de quienes ejercen el poder, que -en muchas ocasiones-, no son los gobiernos sino las grandes corporaciones vinculadas con poderosos sectores de la industria bélica.

La gran prensa se preocupa con lo que ocurre en Ucrania, porque allí se juega la pervivencia de un mundo unipolar o el multilateralismo, en el cual las potencias de signo contrario aprenderán a respetarse y a vivir en paz, a fin de evitar -entre todas- un apocalipsis nuclear. Sin embargo, la información que recibimos a través de las principales cadenas de prensa es sesgada y parcial. Rusia es el objetivo de la ofensiva mayor porque, pese a todos los avatares, su peso es determinante en la escena mundial. El precario equilibrio conseguido con los acuerdos de Bielorrusia puede romperse con efectos inimaginables.

En Siria, Irak, Libia, Afganistán, asistimos a continuos enfrentamientos que tienen un origen común. Con el propósito de destruir regímenes independientes, en mayor o menor grado, de la órbita ‘occidental’, se armaron ejércitos que derrocaron a dirigentes a quienes se aduló en un  primer momento para liquidarlos después. Como consecuencia -con la excepción de Siria, donde no lo consiguieron-, se produjo un vacío de poder, ocupado finalmente por fanáticos que no vacilan en atacar las sedes de países que los ayudaron a constituirse. Los magos perdieron el poder sobre sus creaturas, convertidas hoy en amenaza mundial.

Penosamente, en América Latina se vive, en estos momentos, una ofensiva contra los gobiernos progresistas, que tiende a agudizar conflictos y cuyo límite no está definido. En Venezuela se ha frustrado un golpe de Estado, en el cual la oligarquía criolla consiguió la cooperación de algunos miembros de las Fuerzas Armadas. El propósito era la creación de un ambiente propicio para que se impusiera la intervención extranjera, ante el derramamiento de sangre que los conjurados iban a provocar y que sería incrementado con la segura respuesta del Gobierno. Llama la atención la escasa o nula información al respecto en los mass media o la estudiada indiferencia que pretende deslegitimar la denuncia del Gobierno venezolano. Cualquier infundio contra el país bolivariano es magnificado, mientras las razones gubernamentales se ignoran o minimizan.

Debemos aunar esfuerzos para que ningún poder o potencia conviertan a Latinoamérica en campo de batalla.

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