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El Telégrafo

Cada pregunta esconde un corazón

01 de octubre de 2013

La política es una disciplina extravertida. Los ojos de quienes se interesan en ella están fijos en el afuera: qué hacen los demás, cómo se comportan y, sobre todo, en qué se equivocan los adversarios.
Sería agradable que esta disciplina, supuestamente (palabra muy periodística) destinada a avanzar y mejorar en lo que se refiere a las condiciones de vida de los pueblos y las relaciones entre los miembros de una misma comunidad manifestara estas intenciones en el hacer cotidiano.

Pero lo que se ve es algo diferente. Ya lo dijo Dale Carnegie: “Todo el mundo tiene dos razones para hacer cualquier cosa: la primera siempre es noble, loable, plausible… la otra es la verdadera razón”. En las artes de la política se puede pensar que más allá de cualquier bienestar humano se trata de hacerse con el poder a como dé lugar. Y si el que se hace con el poder es un adversario, hay que boicotear a ese atrevido a como dé lugar.

“Todo el mundo tiene dos razones para hacer cualquier cosa: la primera siempre es noble, loable, plausible… la otra es la verdadera razón”En ciertos medios académicos relacionados con los estudios del comportamiento humano se suele decir que detrás de cada pregunta hay un corazón. Si detrás de cada acción política, de cada palabra, de cada crítica al adversario también hay un corazón, lo que cabría preguntarse es hasta qué punto la humanidad ha sido maltratada, y hasta qué punto los acumulados maltratos del pasado han ido formando y empozándose en el alma de ciertos actores políticos.

Esa mirada hacia fuera en donde se filtra cualquier buena intención, cualquier apertura de mente y en donde cualquier conato de grandeza de alma se vuelve sedimento deleznable. Se toma lo que hace falta, pero no para construir, sino para destruir, y para muestra un botón: gente a la que la ecología le ha importado un comino toda la vida, ahora hace causa común a favor del Yasuní. El otro día, en un noticiero matutino, una señora bienintencionada (como es toda la gente en este momento) terminó defendiendo al demócrata García Moreno por atacar al tirano Correa…

Volvería entonces la propuesta de hace algunas semanas: mirar hacia dentro. ¿Por qué defiendo lo que defiendo? ¿Qué me lleva a rechazar lo que rechazo? ¿En qué intersticios de mi historia personal familiar comenzaron a florecer mis odios? ¿A quién o a qué defiendo cuando creo y afirmo defender el Yasuní? ¿Qué autoritarismo sufrido en mi pasado esconde mi crítica a lo que mi yo actual conceptualiza como autoritarismo?

Tal vez solamente las honestas respuestas a esas preguntas ayuden a construir un país y un mejor mundo para los que vendrán después.

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