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El Telégrafo

Burocracia y élites

11 de diciembre de 2013

Solían decir los más cínicos que, para sobrevivir en la burocracia, hasta los inocentes terminaban por corromperse. Y ese parece el mensaje que dio Jorge Icaza en su novela El Chulla Romero y Flores, cuyo protagonista se convirtió en el arquetipo del fiscalizador, ese burócrata pobre tentado constantemente por una clase dominante corruptora. Algunos críticos literarios quisieron asimilar la obra al género picaresco, pero la novela de Icaza no es heredera de Lazarillo de Tormes, sino de La Celestina. La historia de la burocracia en nuestro país no ha sido un pícaro relato, sino una trágica realidad.

Sin embargo, el comportamiento de la burocracia -no en la acepción de Max Weber que implica orden, procesos y organización, y que no es peyorativo, sino lo contrario- expresa algo más de fondo. La concentración del poder político y económico ha sido el motor del desarrollo (o mejor dicho del mal desarrollo) que hemos mantenido. ¿Acaso ese poder político bicéfalo (concentrado en Quito y Guayaquil) ha definido alguna vez una visión de largo plazo para hacer del territorio ecuatoriano un lugar apropiado para el buen vivir de todas y todos?

La descentralización -transferir a los gobiernos autónomos descentralizados (GAD) las competencias que ejerce el Gobierno central- es uno de los instrumentos fundamentales para romper con ese poder político excluyente y miope. La descentralización requiere una institucionalidad adecuada, recursos económicos, capacidades locales, participación y una corresponsabilidad de todos los niveles de gobierno, es decir central y GAD -prefecturas, municipios y juntas parroquiales-.

La descentralización es tan solo un discurso del alcalde Jaime Nebot, para mantener el poder político de las élites económicas que lo apoyan.La Constitución de Montecristi trazó el camino hacia el Buen Vivir y del proceso de descentralización mediante la definición de las competencias de cada nivel de gobierno. El Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización avanzó en los principios constitucionales y definió el orden jurídico para el funcionamiento de los GAD, a la vez que creó el Consejo Nacional de Competencias.

Aunque se trata de un proceso inacabado y perfectible, las pruebas exitosas están a la vista. Por ejemplo, el traspaso a los municipios de la competencia de tránsito, transporte terrestre y seguridad vial, que antes estaba concentrada en el Gobierno central. Los municipios de Quito, Cuenca, Manta, Loja, Rumiñahui y Santo Domingo han asumido en forma plena la competencia. El Municipio de Guayaquil no lo ha hecho, pese a contar con todos los medios para concretar el traspaso. Queda claro, entonces, que la descentralización es tan solo un discurso del alcalde Jaime Nebot, para mantener el poder político de las élites económicas que lo apoyan.

La triste experiencia del chulla Romero y Flores, relatada por Jorge Icaza, se convirtió en figura de la burocracia asfixiante, con el auspicio de los dueños de esa maquinaria amoral. La transformación de esa burocracia en un equipo de verdaderos servidores públicos no la vio Icaza ni en sueños.

Desconcentrar el poder político es fundamental para cristalizar el cambio del país.

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