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El Telégrafo

Buen y mal uso de la palabra

17 de agosto de 2013

Los temas “linchamiento mediático”, los ridículos “amorfinos” del Alcalde y la “reelección indefinida” han desatado la movilización de articulistas y lingüistas con la pretensión de clarificar conceptos éticos y jurídicos y, según ellos, evitar torcidas interpretaciones.

Analizan el origen de las palabras, su evolución y su buen y mal uso; aconsejan repasar las normas gramaticales, consultar el diccionario ilustrado de la Lengua Española y defender la pureza de nuestro idioma. En el fondo, se intenta, de un  lado, cuestionar una vez más, la vigencia de la Ley de Comunicación  y, de otro, ocultar las contradicciones de la oligarquía y la prensa comercial referente a la reelección indefinida.

¿Qué opinan los analistas o expertos en teoría gramatical, respecto  de las expresiones: “Lo que quieren es ‘velar’ a Guayaquil”; “El pueblo dejó de ser ‘cojudo’”; “Ven para mearte”; “No quieren velar por Guayaquil, sino enterrarla”; “Guayaquil, no te ‘agüeves’”? Ninguna respuesta  llega desde el  ángulo de la semántica. Lo cierto es que, a falta de razonamientos, los de la oposición se acogen a la vulgaridad, al insulto y, según ellos, al vocabulario popular. Excepcionalmente, articulistas y comentaristas en sus juicios o arengas se someten a las normas de la semántica, y en otros casos escriben y hablan eludiendo esos requisitos y solo para que los entienda la mayoría de los lectores u oyentes.

No es fácil escribir, sujeto estrictamente a la nomenclatura gramatical; se requiere estudiar profundo, de forma metódica y sistematizada, para encerrarse en ese esquema.

La experta lingüista Martha Hildebrandt, de respetada trayectoria en círculos académicos e intelectuales, según su propia versión, ha encontrado en las obras del Nobel peruano  de literatura Mario Vargas Llosa “faltas garrafales” que atribuye a su “mediocre formación” en escuelas de Cochabamba (Bolivia) y Piura (Perú).

Se reconoce que el mal uso de las palabras esconde la realidad y puede causar reacciones desagradables. Los buenos vocablos ayudan a resplandecer la verdad y los malos, difundidos con premeditación, revelan perversidad y un solo fin: ocultar o proteger intereses  propios y de sus aliados. Sin considerar la importancia de escribir ajustándose a las normas gramaticales del idioma, el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación, a manera  de recomendación, invoca a periodistas, entrevistadores, autoridades y personalidades públicas a invertir esfuerzo por mejorar la calidad de su lenguaje cuando formulan declaraciones a los medios de comunicación. En esa dirección el Consejo señala con acierto, que la información producida y difundida con ética y responsabilidad social asegura la libre circulación de las ideas y el debate público.

No olvidar que el periodista, alcalde o cualquier funcionario público, malévolo, que no le importa la dignidad de los demás y agrede con vocablos rebuscados, desciende y cae en el desprecio de los  ecuatorianos; a diferencia  del que obra con altivez y respeto, sobresale en el tiempo con ejemplo para las nuevas generaciones.

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