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El Telégrafo

Bonilideología

04 de febrero de 2014

@mazzuele

Las sociedades de hoy demuestran una obstinada resistencia al cambio social, muy a pesar de los fenómenos desagradables que engendran. Guerras, hambruna, explotación, violencia y depresión; aun así, no emergen todavía fracturas realmente amenazantes para el orden social del mundo occidental. ¿Por qué los sujetos no logran pensar en una estructura social diferente? Slavoy Zizek ha utilizado el sicoanálisis para avanzar una respuesta particularmente persuasiva. El aguante del capitalismo de nuestra época reside en su capacidad de proyectarse como una configuración socioeconómica no ideológica, como la encarnación de un sistema con mil defectos, pero que en el fondo secunda la naturaleza humana. ¿Pero no se trata acaso de la jugada ideológica por excelencia?

En realidad, el capitalismo moderno provee fetiches de todo tipo para que los sujetos se entretengan y así logren enfrentar las asperezas de la vida. Es más: los sujetos encuentran formas de gozar que transgreden los mismísimos preceptos de la sociedad en la cual viven. De esa manera se sienten libres, pero es justamente esa distancia que mantienen con la ley la que permite una sustancial inocuidad de sus fantasías y por ende la sobrevivencia del sistema. El deseo es estructurado de forma tal que resulta a veces contradictorio con el ambiente circunstante, o a veces como una vía de escape, preservando en todo caso su inercia de fondo. Varias formas de radicalismo político veleidoso y el hedonismo desenfrenado recaen en esta categoría.

El capitalismo moderno provee fetiches de todo tipo para que los sujetos se entretengan y así logren enfrentar las asperezas de la vida.El socialismo real, en sus diferentes expresiones, siguió en cambio un curso distinto, y he ahí una razón de su trágico derrumbe. La no literalidad de la ideología tardo-capitalista es substituida por una fijación obsesiva con el poder de la palabra. Cualquier tipo de crítica a la autoridad era tratado paranoicamente como una afrenta inadmisible y censurable. Ninguna discrepancia entre el pensamiento oficial y cualquier expresión, ya sea pública o privada, podía ser tolerada. De esta manera se explica la aparición de ‘síntomas’: la mentira oficialista era perseguida constantemente por excepciones y desmentidas.

Sería mezquino, fuera de lugar y antihistórico intentar cualquier tipo de comparación entre el Ecuador y la tragicomedia en la cual terminaron todos los experimentos de socialismo real del siglo pasado. La sanción de Bonil, sin embargo, tiene una resonancia siniestra con la obsesión del apego de la palabra a la verdad -y finalmente, ¿existe la Verdad?- y con esa actitud de imposición forzosa de la ética. Esta no se aprende a golpes de castigos, sino manteniendo una irónica y prudente distancia de ella.

Siempre hay una tentación, propia de la política, de cerrar el discurso, de detener la última verdad. De todos modos, para el bien de la Revolución Ciudadana sería más eficaz, aunque no del todo ideal, pasar de la modalidad ideológica del síntoma a la del fetiche. Para comenzar, además de los óptimos comunicadores a disposición, no sería mala idea dotarse de algún crítico cultural.

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