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El Telégrafo

Bonil

24 de enero de 2014

“La caricatura de Bonil no es caricatura, es una gran mentira…”. – Presidente Rafael Correa, enlace ciudadano 356.

La caricatura de Bonil es una metáfora. Es una opinión. Y tener que explicar una metáfora ante un órgano de regulación muestra que las actuaciones de oficio de la Superintendencia de Comunicación carecen de cualquier indicio de sentido del humor. Y muestra, además, que las áreas grises de la Ley de Comunicación decantan a favor de la presunción de culpabilidad.

Al final, la caricatura de Bonil termina por ser augurio de lo que predica. No es la muestra literal de la alevosía con la que se dio el allanamiento. Es la representación del poder aplastante del Estado. Es su opinión. Criticable. Parcializada. Personal. Pero es suya, y está en su pleno derecho a interpretar la coyuntura desde ese punto de vista. No hay una malicia inherente en su caricatura (y si la hay, será difícil demostrarlo). No hay una acusación ni un juzgamiento. Hay una interpretación de la realidad, un cuestionamiento al poder.

Así como estamos abiertos a descalificar a otros poderes, a esos que llamamos fácticos, debemos estar dispuestos a que también lo hagan con nosotros.Carlos Ochoa no debe olvidar que en la prensa estamos para eso. Para cuestionar el poder. Para burlarnos del poder. Para incomodar al poder. Hay quienes creerán que el abuso de poder solo viene desde el Estado, que únicamente el oficialismo tiene la capacidad de hacerlo. Hay quienes tendrán sus propios poderes interesados en criticar el poder. Hay quienes creerán que la crítica es de una sola vía. Y habrá quienes confundirán la crítica con la difamación.

Pero en este espectro, una caricatura, con la vaguedad e ironía implícitas de una viñeta que pretende presentar un argumento en tres dibujos, habrá que retorcerse mucho para que el autor pueda ser acusado de lo último. No es una apología por el trabajo de Bonil. Tampoco es una defensa de su postura. Es recordar al poder -a uno de los poderes- que las opiniones que incomodan siguen siendo opiniones. Y así  como estamos tan abiertos a descalificar a los otros poderes, a esos que llamamos fácticos, a los que tildamos de imperialistas y que minimizamos sabatinamente (que lo podrán ser, y muchos, de hecho, lo son), debemos estar dispuestos a que también lo hagan con nosotros. Es el precio de ser también parte del poder. Es el precio que hay por cambiar el statu quo, si se quiere.

Y en este trajín que puede ser la Revolución, en esta batalla que puede ser democratizar al país, debemos recordar que lo que se pedía desde el principio es que la crítica sea un camino de dos vías.

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