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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Bienvenido, adalid de la justicia y la paz

03 de julio de 2015

Este 5 de julio será una fecha fundamental en el devenir del Ecuador, recibimos con amor y devoción a Francisco, el  sumo pontífice que está generando la mayor y profunda reflexión moral de estos tiempos, no solo en la Iglesia católica, sino también en el conglomerado de confesiones diversas a nivel mundial, a gobiernos, ciudadanos, a poderosos y desvalidos. Sus acciones plenas de humildad y sencillez propia, amparadas en el mensaje cristiano del reino de Dios en la Tierra de Justicia y  Paz, han hecho que la oración de Jesucristo esté presente y valorizada y sostenga su verbo ético.

Ejemplos de su temple humanista son múltiples. El día preciso  de su elección en el balcón frente a la muchedumbre agolpada en la plaza esperando la gracia, Urbi et Orbe, el Papa pidió un acuerdo al pueblo: “Yo los bendigo y ustedes lo hacen conmigo”. Y es que el Santo Padre gesta con hechos cotidianos, en sus sermones, eventos religiosos, en sus medidas contra la corrupción y complicidad de delitos, rechazando pompas, lujos  y en la búsqueda de la paz mundial, juicios sustanciales en la perennidad divina. La primera encíclica papal Laudato si es un documento vital que amerita la atención sostenida del mundo, ya que en gran medida orientará las políticas de países en este siglo en defensa de la naturaleza y para evitar el calentamiento global defendiendo a la raza humana.

El hijo de migrantes llegados a principios de la centuria XX, Jorge Mario Bergolio, nacido en Buenos Aires el 19 de diciembre de 1936, descendiente de los piamonteses, obreros italianos íntegros de lenguaje directo, vivió infancia y juventud en el popular barrio porteño de Flores. Desde  temprano el trabajo y los estudios son compañeros inseparables de su vida, sin olvidar sanos esparcimientos. Su anecdotario previo a la consagración papal está lleno del andar como joven, sacerdote, superior y prelado comprometido con los pobres. Alguna vez se quiso ensombrecer  su existencia  limpia cuando un periodista reeditó la falacia de que Bergolio, como Arzobispo de Buenos Aires, no había hecho lo justo para liberar a dos padres jesuitas de las garras de la dictadura genocida argentina.

El mentís sustancial provino de un defensor de DD.HH., libre de toda sospecha, el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, que desarmó la farsa montada, lo que demuestra -una vez más-  que caminar por el camino del bien es senda compleja y difícil, no exento de penas y angustias, aunque siempre estará la iluminación  que acompaña a Francisco en su historial eclesiástico y humano.

Hoy, en la retina del planeta, como el gran reformador de estructuras arcaicas de la Iglesia y la sociedad, está recordándonos -dada la memoria frágil de las gentes- que el alejamiento de Dios, en la perspectiva histórica presente, implica el pecado de la iniquidad y la falta de solidaridad con los míseros y débiles, seres o naciones; que la lujuria del consumismo impide la arquitectura de la ‘Casa común’, que requiere necesariamente del espíritu de su mentor, que es de todos, en la sustantividad terrena; San Francisco, precursor de la defensa de entorno global y santo adversario del deterioro del medio ambiente y de las criaturas que lo habitan, de absoluta creación divina.                    

Bienvenido a la patria ecuatoriana, querido y respetado Francisco. (O)

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