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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Bendita pelota hechizada en la grama

01 de julio de 2014

La celebración rutilante del fútbol irradia en estos días desde la geografía brasileña como una catarsis que vence los miedos y el tránsito cotidiano. Con todos sus ángeles y demonios. En una convocatoria que concita la atención ecuménica. En un espectáculo en donde se contraen y reproducen las bondades y males de nuestra sociedad. Como diría Jorge Valdano: “El fútbol es un juego infinito en el que cabe toda la complejidad humana, desde los grandes valores hasta las más pequeñas miserias”.

El rey de los deportes rebasa pasiones y sentimientos encontrados. En esta edición mundialista (2014) se observa en la grama brasileña un óptimo nivel de competición y sistemas variados en los aspectos: técnico y táctico.

Aunque en los exteriores de las canchas, en cambio, se manifieste el malestar y el descontento de la gente ante la deuda social todavía pendiente. Es la paradoja de la vida: se gastan colosales recursos en un evento deportivo, en tanto los problemas estructurales de la sociedad aún siguen perceptibles. Pero es el fenómeno mundialista al que no hay que rehuirle, ya que detrás de él se guarda un sinnúmero de intereses que superan la dimensión futbolística: en su contorno se expresan otros beneficios, de orden político, económico, empresarial y mediático.

Porque nos guste o no, el fútbol también es el resultado de una dinámica mercantilista cuyos movimientos giran alrededor del macabro ritmo del mercado y la tentación del dinero, a través de su apoderado mayor: la FIFA, entidad desde donde se mantienen en sigilo verdaderas redes de poder en el orbe. Basta recordar el escándalo de sobornos por la designación de las sedes para los próximos mundiales y su impunidad reinante para dimensionar su influjo.  

Sin embargo, “la pelota no se mancha”, como dijo Diego Armando Maradona, quien a propósito nos deleita a través de Telesur junto con el periodista uruguayo Víctor Hugo Morales -en horario nocturno- con su programa ‘De zurda’; una mirada diferente de leer el fútbol, desde el hondo arraigo latinoamericano.

Entonces, el fútbol es esperanza en el imaginario colectivo. Es pasión -aunque suene redundante- desbordada en las emociones múltiples de los graderíos. La hinchada se funde en un solo aliento a favor de su equipo y con ello de un modo irrefrenable codicia el triunfo. En el caso ecuatoriano -ya eliminado de la cita mundialista- queda el destello de participación y la ratificación de que con empeño y coraje sí es posible alcanzar grandes metas.

Este deporte concita más de una reflexión, por eso, recibí en versión digital el ensayo Fútbol y antivalores, del catedrático universitario Jorge Villarroel Idrovo, en donde se hacen serios cuestionamientos a esta disciplina en el contexto de una práctica alienada por el torrente capitalista y como antítesis de ejemplos axiológicos.

Pese a lo dicho, el balón seguirá rodando y generando reiteradas muestras de apoyo masivo. Ante lo cual, los “ingenuos panegíricos del fútbol” seguirán multiplicándose dentro y fuera de los estadios.

Como lo anunció en emotiva narración Carlos Efraín Machado: “Bendita pelota…”.

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