En el devenir de los pueblos subdesarrollados -aun después de su emancipación política- se ha observado y comprobado un factor exógeno, con aristas recurrentes que han impedido la consolidación de las estructuras del Estado nacional y sus peculiares institucionalidades, tanto por la situación de postración de la hacienda pública, en que quedaron estas naciones, por los gastos que demandaron sus propias luchas de liberación y por la explotación de sus recursos por parte de las metrópolis, como, por sobre todo, la dependencia científico-técnica que estableció el coloniaje en sus dominios, acciones excluyentes que tenazmente obstruyeron -y lo siguen haciendo- el desarrollo de nuestras repúblicas y junto a ellas las ataduras a legislaciones lesivas.
El proceso liberador de estas patrias en los siglos XIX y XX, cuyos defectos e iniquidades el “cambio de época” trata de superar, es una problemática importante y subyacente porque, después de la independencia, los usufructuarios de ella implantaron preceptos que preconizaban el mismo pensamiento monárquico, a pesar de existir una tradición culturalmente poderosa que venía de nuestros pueblos ancestrales. Conceptos de superioridad de las potencias del Viejo Continente y el trasplante de sus entidades constitucionales y religiosas a la realidad cotidiana sustentaron estereotipos de nuestra idiosincrasia e historia. Y por ello los países hegemónicos solo consideran dialogar con el Sur con sobornos, parrandas o premunidos de un gran garrote.
Los vejámenes sufridos por el eminente presidente de Bolivia, Evo Morales -en estas fechas, ilustre huésped del Ecuador, pero que hace unas semanas, en Europa- sufrió un plagio y retención de ribetes rocambolescos, y donde estuvo en peligro su vida y de la comitiva que lo acompañaba, cuyos detalles e incidencias son por la mayoría de los pueblos conocidos- es la muestra fehaciente de la prepotencia y abusos a los que pueden llegar ciertas potencias lamentablemente convertidas en marionetas al influjo de un gran titiritero, para ejecutar un hecho que generó la acción más torpe en el campo de las relaciones internacionales que se conozca en este hemisferio.
Este hecho peculiar, con dolo innegable, seguramente será caso de estudio en las academias del Derecho, por la vulneración de antiguas y nuevas convenciones que norman la convivencia mundial, también la Carta de la ONU, en que incurrieron los gobiernos de España, Italia Francia y Portugal, visibles responsables del ilícito hecho, igual por la implícita motivación racista que se ejerció en contra del primer mandatario boliviano, que resta confiabilidad a pactos y declaraciones de DD.HH. y de buena vecindad, y más bien relievan que la constante barroca del poder absoluto de los poderosos está presente. Lo prueba la intervención en la OEA del delegado italiano que dijo “Italia no da disculpas a Bolivia, es ella que tiene que darlas”, repitiendo la frase de Mussolini al régimen de Etiopía, que protestaba cuando fue invadida y ocupada por el ejército fascista italiano.
Los designios del colonialismo siguen siendo los mismos, el mundo de rapiña que sustentan sin ambages lo perciben inmortal, empero, hay una nueva conciencia universal por la justicia, el conocimiento y un desarrollo distinto, con un pulso vital que vencerá la profusión bélica de los imperios. Sudamérica y el Caribe, sin grandilocuencias románticas, no solo mostró gestos de indignación y solidaridad ante la humillación inferida a Evo, solventó medidas concretas que, en el correr de los días, se llevarán a cabo y, en plenitud, será la victoria de la razón sobre el odio y el mal.